Crítica: Silent City Driver
por Mariana Hristova
- El mongol Janchivdorj Sengedorj retrata un viaje hipnótico y espiritual de un ángel caído, componiendo a través de una parábola una epopeya en clave de cine negro

Al repasar la filmografía de Janchivdorj Sengedorj, cuya decimotercera película, Silent City Driver, fue la gran triunfadora del Festival de Cine Black Nights de Tallinn, con el Gran Premio a mejor película de la competición de la sección oficial y el premio a mejor diseño de producción (leer la noticia). Además, uno se da cuenta de que, desde el principio de su carrera, el director se ha sentido atraído por la difícil situación de los “humillados e insultados”, tomando prestado el título de la conmovedora novela de Dostoyevsky. Desde su primer largometraje, Oxygen (2010), sobre un intelectual brillante convertido en alcohólico y nómada, hasta su penúltima película, The Sales Girl (2021), que traza la corrupción emocional de una estudiante en la gran ciudad, los personajes de Sengedorj son a menudo almas bondadosas arrastradas por el tsunami de un mundo cruel. Dicho así, todo parece correr el riesgo de caer en un cliché, pero la manera en la que Sengedorj entrelaza lo real con lo mágico, el mal banal con la espiritualidad sublime, eleva su obra a relatos cinematográficos del más alto registro (como la obra maestra que realmente es Silent City Driver).
La surrealista escena inicial, en la que un hombre sube a un autobús y un camello ocupa su lugar en la parada, parece advertirnos de que todo en esta película tiene un pie en la realidad y otro en el vasto mundo interior de su protagonista. El hombre en cuestión es el alto, apuesto y profundamente triste Myagmar (una interpretación fascinante por parte del bailarín profesional Amartuvshin Tuvshinbayar), quien comienza sus viajes en pantalla desde esta parada, vagando por las calles de Ulán Bator en búsqueda de consuelo para su alma inquieta.
Se nos da tiempo y espacio para observar las solitarias reflexiones de Myagmar (mientras él entrecierra los ojos al mundo con un cigarro en la mano), antes de enterarnos de que pasó su juventud en la cárcel por un homicidio involuntario en un accidente de coche. Después de estar 14 años tras los barrotes, el empleo más decente que encuentra es de conductor de un coche fúnebre en una agencia funeraria. Su soledad (solo comparte algunos momentos con fieles perros callejeros) se ve interrumpida por su conexión con un carpintero ciego que fabrica ataúdes, con la hija del carpintero, Saruul (interpretada por la modelo profesional de aspecto frágil Narantuya), quien se prostituye en secreto por las noches, y con un joven monje budista con el que Myagmar habla sobre cuestiones existenciales en torno a la muerte. Myagmar, sigue obsesivamente a Saruul, una pecadora arrepentida, para descubrir el origen de sus pecados, solo para acabar destapando que, por supuesto, es víctima de la mafia. Mientras tanto, su horrible pasado regresa esporádicamente como un boomerang, un leitmotiv enfatizado por Comme un boomerang de Serge Gainsbourg como tema musical recurrente. Es una mina de energía demoníaca que acaba transformándose en un impulso para la noble restauración de la justicia y una retirada de un mundo que ya ha causado tanto dolor.
Miradas perspicaces y contemplaciones melancólicas, emociones reprimidas y acciones radicales: todo ello cobra vida de forma orgánica en los planos panorámicos que, junto con la brillante banda sonora, confieren a este pequeño drama privado un sabor épico. La capital mongola de Ulán Bator, como escenario, se siente nostálgicamente acogedora en las tomas diurnas, revelando rastros de la vida tradicional, y aislada en las noches frías e iluminadas con luces de neón, todo ello captado con sutileza por el director de fotografía Enkhbayar Enkhtur. El desenlace es a la vez devastador y tranquilo, recuerda a una novela rusa profundamente trágica, que la trama evoca, y refleja la meditativa filosofía budista que impregna la película de principio a fin. Finalmente, uno se sumerge hasta alcanzar la catarsis, gracias a la maestría cinematográfica que deja al espectador con ganas de más, incluso después de 137 minutos.
Silent City Driver es una coproducción mongola de MFIA, Dominion Tech LLC, Nomadia Pictures y Ddish.
(Traducción del inglés por Paula López Pastor)
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