Crítica: Touch
por David Katz
- Baltasar Kormákur hace gala en un drama romántico intercontinental de un tono más amable que de costumbre

Ólafur Jóhann Ólafsson, autor de la novela en la que se basa Touch y colaborador en la adaptación del guion, ha disfrutado de una premiada carrera como novelista, pero el detalle más intrigante de su biografía es su papel en la creación de la consola de videojuegos PlayStation cuando era ejecutivo de Sony. La película presenta una narración por capas que conecta los países insulares de Islandia, Reino Unido y Japón, y la creciente obsesión del protagonista, Kristopher, por esta última nación parece reflejar la ecléctica trayectoria profesional de Òlafsson, así como la cooperación internacional que empezó a surgir a finales del siglo XX (a pesar de la Guerra Fría). Esta historia de amor, a menudo cautivadora y ligeramente excéntrica, aunque nunca demasiado exigente, se desarrolla a lo largo de varias épocas. Dirigida por el prolífico cineasta islandés Baltasar Kormákur, la cinta fue seleccionada para representar a su país en los Óscar y tuvo un aclamado estreno mundial a través de Focus Features tras su discreto paso por el Festival de Cine de Sídney. Actualmente, la película se proyecta en Les Arcs.
Kormákur ha realizado películas de acción hollywoodienses protagonizadas por tipos duros, como Everest [+lee también:
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tráiler
making of
ficha de la película] y 2 Guns, pero aquí cambia de ritmo y presenta una obra dirigida a un público más adulto y quizá menos exigente, donde la tensión nunca aumenta demasiado. Sin embargo, esta historia sobre un universitario islandés cuya pasión pasa del comunismo a la gastronomía, y que luego vive un romance fugaz con una compañera del restaurante japonés donde trabaja, destaca por una dirección encomiable y directa, mientras se deleita con la belleza pictórica de los grandes angulares. Intercalando pasajes ambientados en los años 60 con la época del COVID-19, la película también recuerda por momentos a París, Texas, pero con un 40 % de su intensidad.
El guion no oculta la estructura narrativa literaria de su material de origen, sumergiéndonos en la conciencia y los recuerdos de Kristopher (Egill Ólafsson), un distinguido viudo islandés, probablemente no muy distinto del propio Ólafur Jóhann Ólafsson, que trata de poner en orden sus asuntos tras descubrir que tiene demencia. A medida que se da cuenta de lo valioso que es el momento actual de su vida, su determinación y sus sentimientos contribuyen a convertirlo en un protagonista divertido e impredecible: pronto se encuentra en Londres, en marzo de 2020, indiferente ante la amenaza que el virus supone para las personas de su edad, mientras la población local se prepara con preocupación para el confinamiento.
Con sus repeticiones en voz alta de recetas y haikus durante las escenas iniciales, que constituyen un conmovedor presagio (y también mantienen su memoria ágil y sana), su improbable viaje desde la London School of Economics hasta las cocinas de un restaurante japonés del Soho se cuenta mediante un flashback (en el que está interpretado por Pálmi Kormákur, hijo del director). Allí se enamora de la bella Miko (Kôki), pero su romance se complica debido al veto de su padre, Takahashi (Masahiro Motoki), que también es su jefe, a cualquier pretendiente de su hija.
Estas escenas transcurren muy lentamente, permitiéndonos saborear la atmósfera de época y la química entre los personajes como si exhaláramos una bocanada de humo, algo que también fomenta la música, compuesta por clásicos de The Zombies y Nick Drake, así como el paralelismo entre Kristopher y Miko con John Lennon y Yoko Ono. Kormákur acelera el ritmo y disminuye la verosimilitud cuando el deseo de Kristopher de descubrir qué fue de su gran amor de juventud le lleva a Tokio, mientras el mundo se abre lentamente tras el confinamiento, hasta que todas nuestras dudas, incluidas las de relevancia política, quedan resueltas. Al principio, Touch parece libre de conflictos, pero de repente nos vemos obligados a procesar un aluvión de información, incluyendo conexiones narrativas con los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, que utilizan torpemente la tragedia como catarsis narrativa.
Touch es una coproducción entre Reino Unido, Islandia y Estados Unidos, producida por Good Chaos, RVK Studios y Focus Features. La última también se encarga de la distribución internacional.
(Traducción del inglés)
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