Crítica: The Kiss of the Grasshopper
por Mariana Hristova
- BERLINALE 2025: El surrealista segundo largo de Elmar Imanov es un viaje introspectivo a través de la melancolía, la soledad y recaída en malas costumbres que acompañan a la pérdida de un ser querido

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ficha de la película], la encantadora ópera prima del mismo director, Elmar Imanov. Esta nueva entrega, estrenada recientemente en la sección Forum de la Berlinale, profundiza aún más en las capas metafísicas del mundo interior de sus personajes. La obra se centra en Bernard (Lenn Kudrjawizki, con una mirada perdida), un escritor de cuarenta y tantos años en pleno bloqueo creativo. Su vida transcurre entre su imponente y alienante casa, las visitas a su padre Carlos (Michael Hanemann, convincente en su terquedad) y los viajes diarios en metro, que sirven tanto como telón de fondo para su turbulenta relación con su novia Agata (una encantadora y vulnerable Sophie Mousel), como para sus momentos de observación del mundo que lo rodea, un mundo que parece importarle poco. Sin embargo, en la escena inicial, cuando descubrimos que Bernard comparte su cama de matrimonio con una oveja, resulta evidente que la realidad en esta película será extremadamente subjetiva, por decirlo de algún modo. Poco más tarde, nos encontramos sumidos en las profundidades del subconsciente junto al protagonista, donde las visiones provocadas por el miedo, la lujuria o la soledad se fusionan con la existencia física de la forma más orgánica posible.
La trama puede resumirse en una oración: un hombre de mediana edad se enfrenta a una ruptura romántica y a la muerte de su padre. Sin embargo, incluso en las dos horas de duración apenas hay tiempo suficiente para recrear su complejo mundo interior y los estados que enfrenta. Por una parte, el diálogo aborda temas como la felicidad sobrevalorada e ironiza la burocratización de la vida, haciendo avanzar la trama dentro de la realidad objetiva. Mientras tanto, en la capa audiovisual e imaginaria se da lugar a una personalidad en la que renacer debe ser un infierno. En esta última se representa lo que no se puede expresar con palabras, transformando la ansiedad en alquitrán pegajoso, la vergüenza en flores nacidas de fluidos corporales o el sufrimiento en arañazos en las paredes. La banda sonora, que oscila entre música étnica y electrónica, es crucial para la construcción del ritmo y la ambientación. Los saltamontes salen de la nada en diversas formas y tamaños, testigos silenciosos de la convulsión interna y la metamorfosis del personaje.
Lo que a menudo le falta al cine de autor europeo, pero que parece resurgir de forma natural en Imanov, es la habilidad de crear un ambiente onírico lleno de elementos extraños, en los que cada matiz de incomodidad tiene sentido. No solo se construye una atmósfera meditativa y onírica que al espectador le resulta amena, sino que además arrastra tanto la mente como la mirada a una experiencia transformativa como The Kiss of the Grasshopper. Esto puede deberse a los ocho años de trabajo que ha dedicado a la película, en la cual la precisión es claramente una prioridad, pero, sobre todo, demuestra el talento de Imanov para contar historias de una manera extraordinaria y sorprendente, sin perder de vista la coherencia entre personajes y eventos. Además, las imágenes de la película cautivan sin eclipsar el contenido por ser demasiado pulidas o pretenciosas. La fotografía de Borris Kehl es íntima y estilosa, con un cierto aire distante pero experimental, priorizando el significado sin imponer la forma sobre el contenido. De esta forma, la película consigue encantar sensorialmente y llevar al espectador a una aventura existencial, estableciendo a Imanov como un autor auténtico y original en el cine contemporáneo europeo.
The Kiss of the Grasshopper es una coproducción entre Color of May (Alemania), WDR Westdeutscher Rundfunk, Wady Films (Luxemburgo) e Incipit Film (Italia).
(Traducción del inglés por Paula Esteban)
Galería de fotos 23/02/2025: Berlinale 2025 - The Kiss of the Grasshopper
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