Crítica: Punku
por Susanne Gottlieb
- BERLINALE 2025: J.D. Fernández Molero propone una inmersión sobrenatural en la vida en la selva peruana, un inquietante lugar a medio camino entre influencias modernas y tradiciones milenarias

¿Cómo sobrevivió Iván (Marcelo Quino)? Esta es la pregunta principal que la pequeña ciudad peruana de Quillabamba se hace, especialmente su padrino, Gabriel (Ricardo Delgado), y su tío, Hugo (Hugo Sueldo). Iván desapareció hace dos años, y ahora, Meshia (Maritza Kategari), una joven adolescente Matsigenka cuyo pueblo se sitúa a dos días de viaje en bote, lo lleva a la ciudad porque el chico sufre una grave infección en un ojo. No hay forma de recuperar el ojo. Meshia se queda con la familia. El chico, que desde entonces ha quedado mudo y no responde, parece haberse encariñado con ella. Además, la vida en la ciudad le abre a Meshia un abanico de posibilidades y allí empieza a trabajar en el bar de su familia.
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tráiler
ficha de la película], película dirigida por J. D. Fernández Molero y que ya se ha estrenado mundialmente en la sección Forum de la 75.ª Berlinale. Sin embargo, la película no se limita a residir en el plano de la realidad, sino que Fernández Molero desvela una historia onírica y etérea. Desde que perdió el ojo, a Iván le atormentan visiones sobrenaturales: fantasías sobre todo lo que le rodea, reflejando los sucesos en su conjunto. Fernández Molero y su director de fotografía, Johan Carrasco Monzón, capturan esto en un metraje granulado de 8 mm y 16 mm. A veces desaturado o sobreexpuesto, a veces en blanco y negro, se crea una imagen de un mundo situado entre dos puertas o dos portales, tal y como expresa la traducción del título Punku.
Con Iván como un silencioso espectador, parece estar atrapado entre los vivos y los muertos. Gran parte de la “vida” la protagoniza Meshia, que se inscribe en una escuela local, trabaja de camarera y quiere participar en el concurso de belleza de la ciudad, “Miss Mermaid”. Al principio, ambos pasan mucho tiempo juntos. Pronto, Meshia hace amigas, un grupo de chicas con las que sale de compras, realiza rituales y se prepara para el concurso. Fernández Molero le regala al espectador una carcajada de vez en cuando, como por ejemplo cuando Meshia y su compañera se dan cuenta de que su vestuario de camareras exóticas y sexys es efectivamente eso, todo un espectáculo. Una exhibición para la mirada masculina, con una decoración sin relación alguna con las culturas locales.
Sin embargo, también muestra una parte más siniestra de ser un adolescente en Perú. Meshia vaya a donde vaya, se ve acechada por la mirada acosadora de los hombres mayores, de los jóvenes que la persiguen en coche y hasta de niños que se esconden tras los árboles. Se percibe una amenaza constante en lugar de que Fernández Molero utilice el recurso fácil de impactar mostrando una agresión. Se la obliga a asumir un papel tradicional. Ella piensa que puede hacer mucho más en Quillabamba, pero sucumbe a las mismas expectativas y tradiciones a las que se sometería en cualquier otro lugar de su país.
Entre filmarse en TikTok, buscar curanderos y soportar las miradas lujuriosas de los hombres, Meshia siente que lo inquietante de lo sobrenatural es en ocasiones un medio de escape, un conflicto disociativo entre lo nuevo y lo viejo, donde se deja atrás a aquellos que no pueden sortear las trampas. “Si te vas, te vas para no volver”, dice una joven pelirroja que compite en el concurso de belleza, arrastrada hacia el bosque por una bruma misteriosa, tal y como le pasó a Iván. Pero escapar, como muestra Fernández Molero, no es tan fácil. Una puerta o portal sobrenatural que representa más un deseo que una realidad.
Punku es una coproducción entre Tiempo Libre (Perú) y Jur Jur Productions (España), y con la colaboración de J. D. Fernández Molero.
(Traducción del inglés por Paula Esteban)
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