Crítica: Je suis la nuit en plein midi
por Fabien Lemercier
- Gaspard Hirschi revisita Don Quijote con una audacia sorprendente y divertida, cartografiando Marsella mientras sigue a una pareja muy curiosa

“La aventura guía nuestros pasos mucho mejor de lo que jamás nos hubiéramos atrevido a esperar.” Al igual que esta cita del célebre clásico de Cervantes, es precisamente en el corazón de aventuras insólitas y cargadas de un inmenso encanto excéntricamente inteligente donde nos sumerge Gaspard Hirschi con Je suis la nuit en plein midi, que ha sido presentada en la competición oficial de la 47.ª edición del Cinéma du réel y proyectada también esta semana en el CPH:DOX.
Porque sí, es un extravagante y divagante “Don Quijote, caballero de la triste figura” quien hoy toma cuerpo y presencia en los barrios laberínticos de Marsella, a lomos de su corcel, con su armadura, su yelmo, su lanza y su escudo, bajo las miradas entre intrigadas y burlonas de la población. ¿Quién es este loco (Manolo Bez) que se ha escapado del teatro ecuestre del Centauro y ha “venido al mundo para restaurar el orden de la caballería andante”, ayudar a los desposeídos, encontrar a su Dulcinea y lanzarse contra las excavadoras de las obras como si fueran gigantes? El repartidor de pizzas Daniel Saïd, fascinado, improvisa el papel de Sancho Panza y, a bordo de su scooter, acompaña las peripecias urbanas de un excéntrico menos loco de lo que parece.
“Vamos a cruzar diez países, a conocer veinte tribus.” Roi d’Espagne, Château-Gombert, el Vélodrome, Noailles, Saint-Charles, Félix Pyat, el distrito 14… Al recorrer la ciudad focense de sur a norte, a lo largo de días y noches, el increíble e improbable dúo se convierte en un espejo sociológico de una ciudad marcada por la segregación, las residencias cerradas, las rutas bloqueadas y la peligrosa economía del narcotráfico. Pero también emerge una juventud simpática y desinhibida, oasis en el desierto de cemento de los barrios populares (el fast-food social del restaurante L’Après M), conversaciones existenciales, caminos alternativos y veladas bajo las estrellas. Si a esta mezcla le añadimos una pizca de historia (desde las casas de campo hasta los complejos residenciales), un mapa de la geografía local, un toque de filosofía (“ser antes que parecer”, o el concepto de heterotopía de Michel Foucault), un grito de alarma por la biodiversidad y un estado de ánimo libre de normas (“escuchamos, respiramos, no hacemos nada”), obtendremos un documental híbrido como ningún otro.
Je suis la nuit en plein midi, que requiere un breve período de adaptación a su dispositivo y coquetea en ocasiones con una narración caótica —y deliberadamente artesanal— digna de su trastornado protagonista, se revela como una obra muy original, a la vez divertida y dramática, en su mezcla de hiperrealismo y de hilo “teatral” de Ariadna. De este modo, y gracias también a una banda sonora bellísima (Asturiana, de Manuel de Falla, y Capricho árabe, de Francisco Tárrega), la película logra ofrecer una mirada inusual sobre la sociedad que la rodea. Sin embargo, también se trata de una historia humana de lo más entrañable, ya que, como dice finalmente Don Quijote/Emmanuel: “Soy feliz porque, en esta vida que no ha cumplido todas sus promesas, al menos he encontrado un amigo fiel.”
Je suis la nuit en plein midi ha sido producida por Les Films de l'œil sauvage y coproducida por Image de la ville, Théâtre du Centaure y Seconde Vague Productions.
(Traducción del francés)
¿Te ha gustado este artículo? Suscríbete a nuestra newsletter y recibe más artículos como este directamente en tu email.