Crítica: The Mountain Won’t Move
- Petra Seliškar observa la vida de tres hermanos pastores, junto a sus ovejas, vacas y perros, en las montañas Šar de Macedonia del Norte

Normalmente, los proyectos documentales pasan más tiempo en desarrollo y producción que los de ficción. Estrenar dos proyectos con apenas dos meses de diferencia en festivales de renombre es una rareza que ha vivido este año la cineasta eslovena Petra Seliškar. Tras el estreno de su mediometraje My Summer Holiday en el FIPADOC en enero, la directora presenta ahora su largometraje The Mountain Won't Move en Visions du Réel. Sin embargo, no se trata de una coincidencia, ya que las dos películas comparten protagonistas, localizaciones y tema.
Seliškar nos lleva a los Montes Šar, donde tres hermanos (Zekir, Zarif y Zani) pasan varios meses al año cuidando el rebaño familiar, compuesto por cientos de ovejas y decenas de vacas. El más joven, Zani, se queda en la cabaña inferior con las vacas, mientras que Zekir y Zarif suben hasta el refugio de piedra y madera, el “bachilo”, con las ovejas. Durante el verano, sus hermanos pequeños se unen a ellos para aprender el oficio y echar una mano. Su vida está libre de las cargas de la modernidad, pero también resulta bastante peligrosa debido al duro clima y a la presencia de animales salvajes. Por suerte, cuentan con un gran número de perros pastores que los protegen y les hacen compañía. Zekir ejerce de líder y maestro de los hermanos, preparándolos para continuar la tradición centenaria, pero a medida que crece, Zarif expresa su interés por experimentar un estilo de vida diferente, más moderno. Zekir también se encuentra en una encrucijada: se está haciendo demasiado mayor para pasar tanto tiempo en las montañas con las ovejas, mientras que también echa de menos a su perro favorito, Belichka, retenido por un criador sospechoso.
A la cineasta le interesa menos contar una historia (el mediometraje está más estructurado para servir a este propósito) que observar las relaciones entre los hermanos y su vínculo con la impresionante naturaleza que los rodea. En este aislamiento (algunas de las localizaciones de rodaje están a más de 2.400 metros de altitud), donde la única estructura es la rutina diaria, las mentes de los jóvenes tienden a acelerarse. Los ocasionales momentos narrativos que introduce Seliškar son a la vez prácticos y poéticos, por lo que resultan más útiles a la hora de plasmar los estados de ánimo que de conducir la historia, lo que parece ser la intención de la cineasta.
Técnicamente, The Mountain Won’t Move es una obra poco convencional. El rodaje se prolongó durante varias semanas a lo largo de cinco años, y las localizaciones no son precisamente accesibles, por lo que los equipos de cámara y sonido tuvieron que seguir a los protagonistas durante días por el terreno escarpado, teniendo cuidado de no cruzarse en la línea de visión de los demás y de no perturbar la armonía entre los animales. El resultado final es asombroso a nivel sensorial. Desde el punto de vista del director de fotografía Brand Ferro, podemos ver tanto la belleza como el peligro del lugar en colores brillantes y veraniegos, a través de imágenes digitales de gran nitidez. Esta belleza y sensación de peligro se acentúan aún más gracias al diseño sonoro de Vladimir Rakić, en el que podemos distinguir sonidos individuales por encima de la cacofonía natural, mientras que el uso austero de la música étnica de Iztok Koren también supone un gran añadido.
No cabe duda de que se pueden establecer paralelismos con otros documentales sobre gente que vive en la naturaleza y al margen de la sociedad, ya que Seliškar no intenta redefinir estos subgéneros. Sin embargo, The Mountain Won’t Move es un trabajo profundamente personal y una observación sincera y profunda de un modo de vida en peligro de extinción.
The Mountain Won’t Move es una coproducción entre Eslovenia, Francia y Macedonia del Norte, producida por Petra Pan Film, Cinéphage Productions y PPFP. Open Kitchen Films se encarga de las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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