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Crítica: Supernatural

por 

- El documental de Ventura Durall genera una sensación de escepticismo y asombro a través de la historia de un célebre y divisivo curandero y su familia

Crítica: Supernatural

En su obra más reciente, Supernatural [+lee también:
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, el director catalán Ventura Durall (Las dos vidas de Andrés Rabadán, La ofrenda [+lee también:
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) elabora una meditación emotiva y visualmente poética sobre la tensión permanente entre la ciencia y la espiritualidad. La película, que ha sido presentada en la sección World Showcase del Hot Docs de Toronto tras su estreno a nivel mundial el mes pasado en la competición internacional del Festival Internacional de Documentales de Tesalónica, explora el legado de André Malby, un célebre —y polémico— curandero cuya influencia se extiende mucho más allá de su vida.

Supernatural, que se apoya en todo momento en las dos figuras opuestas de Mathu (hijo de Malby y médico estoico) y Ana (una actriz que cree que Malby la salvó una vez mediante la telepatía), parece inicialmente plantear un choque entre la razón empírica y la fe mística. Sin embargo, la narrativa de Durall se aleja de las dicotomías fáciles. En su lugar, la película negocia hábilmente los espacios ambiguos donde se entrelazan la lógica y las creencias, exponiendo heridas emocionales sin cicatrizar y la atracción ineludible de las historias personales.

Mathu, un hombre preciso que encuentra consuelo en la práctica de fotografiar aves, encarna el racionalismo y la distancia emocional. Ana, por el contrario, abraza prácticas holísticas y muestra abiertamente sus emociones. Sus interacciones se desarrollan a través de viajes, conversaciones íntimas y una lectura del tarot que enmarca simbólicamente sus divergentes visiones del mundo. Sin embargo, a medida que avanza la narración, sus historias convergen y las barreras protectoras de Mathu parecen empezar a erosionarse lentamente.

Mientras tanto, el extenso material de archivo —desde las apariciones televisivas de Malby hasta sus teorías esotéricas grabadas en casete— traza un vívido retrato de un hombre que fue tanto una sensación mediática como una figura magnética y enigmática en la escena cultural española de los años ochenta y noventa.

A nivel visual, Supernatural oscila entre entrevistas realistas y secuencias oníricas: agua que fluye, pájaros que vuelan y texturas etéreas sugieren los reinos intangibles en los que habitan Ana y Malby. Estos interludios líricos, combinados con imágenes crudas e íntimas de texturas y siluetas, invitan al espectador a permanecer en la incertidumbre en lugar de sacar conclusiones precipitadas.

En lugar de tomar partido, Durall sugiere que los sistemas de creencias, ya sean racionales o místicos, surgen de necesidades profundamente arraigadas de sanación y significado. De forma lenta pero inexorable, Supernatural consigue abrir una dimensión humanística: todos somos vulnerables a las historias en las que decidimos creer, y quizá estas sean las que nos sostienen.

En última instancia, Supernatural no trata tanto de demostrar o refutar lo sobrenatural, sino de rastrear los paisajes emocionales en los que se produce la curación, o en los que esta fracasa. Se trata de una obra tierna e inquisitiva que honra tanto el escepticismo como el asombro, una obra que sigue resonando mucho después de que aparezcan los créditos finales.

Supernatural ha sido producida por la española Nanouk Films y coproducida por la francesa Massala Production y la belga Harald House. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de la londinense Taskovski Films.

(Traducción del inglés)

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