Crítica: L’Infinito
por Camillo De Marco
- El primer film de ficción de Umberto Contarello es un melancólico relato autobiográfico que rezuma aspectos del cine de Paolo Sorrentino, que lo ha coescrito y producido

“Mostrarse tal y como uno es” es algo que Umberto Contarello se toma al pie de la letra, y prueba de ello es su aparición tal y como Dios lo trajo al mundo en la secuencia inicial de L’Infinito, su primer largometraje de ficción, fotografiado en un nítido y elegante blanco y negro por la directora de fotografía Daria D’Antonio. La película, que se ha estrenado a nivel mundial en la competición oficial del BIF&ST de Bari, llegará a los cines italianos el 15 de mayo de la mano de PiperFilm. Se trata también de un desnudo simbólico que anuncia su deseo de exponerse emocionalmente por completo, de mostrarse desarmado y vulnerable.
Con 66 años y natural de Padua, Contarello es conocido por haber escrito guiones para directores como su paisano Carlo Mazzacurati (Il toro, Vesna va veloce, La lingua del Santo, entre otros), a quien dedica esta película, así como para Gabriele Salvatores (Marrakech Express, Il ritorno di Casanova [+lee también:
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ficha de la película]), Bernardo Bertolucci (Tú y yo [+lee también:
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ficha de la película]), Gianni Amelio (La stella che non c’è [+lee también:
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ficha de la película]), y, sobre todo, por haber coescrito con Paolo Sorrentino los guiones de Un lugar donde quedarse [+lee también:
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ficha de la película], Silvio (y los otros) [+lee también:
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ficha de la película] y La gran belleza [+lee también:
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entrevista: Paolo Sorrentino
ficha de la película], que ganó un Óscar en 2014. Fue el propio Sorrentino quien decidió coescribir y producir L’Infinito, "después de la enésima de mis quejas telefónicas sobre los inicios de mi depresión", confesó Contarello, cuyo objetivo no era otro que contar el colapso de la vida de un guionista con cierto éxito.
La película gira en torno a la combinación de un presente melancólico y los esplendores de un pasado que aparece representado en forma de una foto en la mesilla de noche en la que el protagonista sostiene el Óscar, que exhibe para llamar la atención de su hija (Margherita Rebeggiani). Se trata de una especie de Recuerdos al estilo Allen en la que el autor se pone en escena directamente con un enfoque autobiográfico lleno de ironía, reflexionando sobre el “polvo de estrellas”, lo que queda del éxito, y sobre la fugacidad de la existencia. “Desaliento”, lo llama Contarello en la película. Y cuando alguien le pregunta si tiene miedo a morir, él responde: “No, a lo que tengo mido es a sobrevivir”.
La película muestra al protagonista justo después de mudarse al barrio romano de Monti, en una etapa marcada por el trato con unos cuantos obreros que buscan tuberías en la pared, los servicios de su mayordomo Lucas (Eric Claire), el Harry’s Bar —siempre con el encantador acompañamiento del piano jazz de Danilo Rea—, las clases de remo en el Tíber y una cena nostálgica con una ex (Stefania Barca) que acaba en la cama. Pero ya ni eso lo satisface. Intenta volver al “mercado” con un agente que lo describe como un “escritor de películas sobre mentiras, vanidad y falta de credibilidad”. Le asignan como colaboradora a una joven guionista (Carolina Sala) que domina los trucos que hacen funcionar un guion, a lo que él responde con la filosofía de un narrador auténtico (“Siempre he intentado escribir solo escenas que sirvan para algo”). La ironía se desata sobre todo en torno al famoso “punto de inflexión”, durante una presentación con su amiga productora (“las historias o son buenas o son malas”). Cuando aparece en su casa un joven de veinte años que dice ser su hijo, fruto de una antigua relación, él se pregunta si ese será el verdadero punto de inflexión en su vida. En realidad, ya nada parece afectarle. Observa desde su ventana el convento de enfrente, donde una joven monja limpia los cristales, y más tarde la imagina dando vueltas por una Roma nocturna en patinete eléctrico, en una escena surrealista que funde a Nanni Moretti, al propio Sorrentino y a Federico Fellini. Finalmente, es la madre superiora (Lea Gramsdorff) quien lo lleva a las cercanías de su ciudad natal, a sus raíces. Él, un “fabricante de mentiras”, se enfrenta a toda su vida pasada ante la tumba de su madre en el cementerio con una sinceridad tan conmovedora que resulta casi incómoda para el espectador. Se trata de una excelente muestra de cine íntimo por parte de alguien que conoce profundamente los mecanismos y los ritmos del medio (con un excelente montaje por parte de Federica Forcesi), en la que se perciben ecos del estilo de anteriores películas de Sorrentino.
L’Infinito ha sido producida por Numero 10, The Apartment (una empresa del grupo Fremantle) y UMI Films, y la distribución internacional de la película corre a cargo de PiperFilm.
(Traducción del italiano)
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