Crítica: La misteriosa mirada del flamenco
por Fabien Lemercier
- CANNES 2025: El desierto se pone de gala en el primer largo de Diego Céspedes, una cinta queer en la que el deseo, el amor y la muerte se entrelazan en un espectáculo barroco con toques de western

"Os voy a presentar el desfile de todo mi bestiario. Van a mostrar su arte, su seducción, su belleza, su amabilidad, su talento y, por supuesto, su picardía." Con su primer largometraje, La misteriosa mirada del flamenco [+lee también:
entrevista: Diego Céspedes
ficha de la película], que ha sido presentado en la sección Un Certain Regard del 78.º Festival de Cannes, el cineasta chileno Diego Céspedes demuestra su indiscutible talento como cineasta con una visión extravagante y queer de un tema bastante arriesgado, y todo ello a través de un estilo anticonformista a caballo entre la narración y el western: la epidemia del sida a principios de los años 80, con su estela de rumores infundados y fantásticos que estigmatizaban y marginaban a la comunidad homosexual.
El director decide abordar este drama —sobre el que se cierne la sombra de la muerte y que también plantea cuestiones de identidad sexual— de una manera barroca y con un tono amoroso. El lugar en el que nos encontramos no es otro que el desierto, en el norte de Chile y en pleno 1982, en el más profundo aislamiento. A dos pasos de un pueblo minero de chozas precarias se encuentra Maison Alaska, un cabaret en el que viven un grupo de travestis: la líder Boa (la carismática Paula Dinamaca), la seductora Flamenco (el excelente Matías Catalan), Águila, Leona, Estrella, Piraña y Chinchilla. A todo esto se suma, como hilo conductor de la historia, Lidia (Tamara Cortés), una niña de 11 años abandonada y adoptada por Flamenco y por todos los demás miembros de esta “familia” muy excéntrica que, entre natación y espectáculos con lentejuelas por doquier, no dudan en dar algún que otro puñetazo cuando el entorno exterior exclusivamente masculino y muy rudo lo requiere.
“La peste acabará contagiándote”. La ignorancia, el sentimiento de culpa, el miedo y la cobardía han dado origen a una leyenda local: se dice que los mineros enferman cuando cruzan la mirada con las personas que viven en Maison Alaska. Se queman los cadáveres, se vendan los ojos, reinan la paranoia y los insultos, pero nada podrá interferir en la pasión entre Yovani (Pedro Muñoz) y Flamenco, o entre Clemente (Luis Tato Dubo) y Boa. Sin embargo, cuando hay cazadores y presas, “sangre y semen”, la muerte y el amor se entrelazan en los rincones oscuros de la laguna. Y la joven Lidia, con la ayuda su joven compañero Julio (Vicente Caballero), trata de dar sentido a todo esto.
"Te voy a contar lo que sé, y tú te lo vas a imaginar." Al impregnar su película de la búsqueda de respuestas y de verdad de una preadolescente, Diego Céspedes inventa su propio territorio cinematográfico a medio camino entre el realismo crudo teñido de western y el surrealismo teatral, y todo ello en el marco de un espléndido entorno natural acompañado de una preciosa banda sonora (compuesta por Florencia di Concilio). Se trata de una estética que aporta gran personalidad a una película cuya dimensión alegórica no es especialmente revolucionaria, pero que cumple con la promesa de una audaz propuesta híbrida y de un homenaje al espíritu rebelde y amoroso —a pesar del sufrimiento— de una comunidad unida: "Puedo ser una puta, una ladrona o una mentirosa, pero jamás seré una desertora."
La misteriosa mirada del flamenco ha sido producida por Quijote Fims y Les Valseurs, y coproducida por Arte France Cinéma, Weydemann Bros, Irusoin y Wrong Men. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de Charades.
(Traducción del francés)
¿Te ha gustado este artículo? Suscríbete a nuestra newsletter y recibe más artículos como este directamente en tu email.