Crítica: Le città di pianura
por Marta Bałaga
- CANNES 2025: El director italiano Francesco Sossai se convierte en Aki Kaurismäki y firma una adorable oda a los encuentros pasados por alcohol y a ese primer cigarrillo durante la resaca

Italia nunca ha parecido tan finlandesa como en la entrañable tragicomedia Le città di pianura [+lee también:
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entrevista: Francesco Sossai
ficha de la película], que ha sido presentada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. No es que Aki Kaurismäki haya inventado el alcohol —ni mucho menos su consumo en pantalla—, pero el director Francesco Sossai comparte en este largometraje su afecto por todas esas almas perdidas con chaquetas de cuero, melenas algo pasadas de moda y bigotes que también lo están, y lo hace al estilo de Matti Pellonpää, suplicando al universo una excusa para tomarse una más —la última, según prometen—.
Carlobianchi y Doriano (Sergio Romano y Pierpaolo Capovilla) son así, y disfrutan mucho de su rutina: beber, charlar, darse cuenta de que han descubierto “algo increíble sobre la vida” y olvidarlo al instante. Sus historias son divertidas, aunque probablemente no del todo ciertas. También son mayores, y ahí está el problema. Estos dos son como una pareja de dos personas que llevan toda la vida juntas, repitiendo siempre lo mismo cuando alguien les pregunta cómo se conocieron. Se saben el guion, y saben contar un chiste, pero también necesitan un nuevo público.
Hablando de un nuevo público: entra en escena Giulio (Filippo Scotti), un estudiante tímido que no sabe lo que quiere en la vida y, desde luego, no tiene ni idea de cómo conquistar a una chica. El chico tiene tanto potencial que no es de extrañar que Carlobianchi y Doriano se lancen sobre él como buitres hambrientos. Tienen sabiduría que compartir —aunque no recuerdan cuál era— y lecciones de vida que enseñar —aunque primero necesitan una copa—. Pero lo que sí pueden ofrecer, ahora mismo y sin rodeos, es una aventura y un pequeño viaje por carretera.
Y es un viaje que merece la pena emprender con ellos, aunque se trate de una película modesta en un entorno gris y discreto, que se debe sobre todo a estos locos. Tras años de excesos, Carlobianchi y Doriano tienen la capacidad de identificar la cerveza sin alcohol al primer trago, porque les “sabe rara” —aunque probablemente el agua también les sepa rara—. No les importa plantear conversaciones profundas (“—¿Quién coño inventó el cóctel de gambas? —No sé, seguro que fue algún chalado de los 90”), pero sí les importa mantenerlas. En este sentido, la película de Sossai es abiertamente nostálgica. ¿La gente sigue pasándose por los bares a matar el tiempo, hablar con desconocidos y molestar un poco, sin tener ningún sitio al que ir ni nadie a quien llamar? Nos gustaría pensar que sí, aunque también es cierto que los borrachos siempre son más simpáticos en el cine que en la vida real.
A pesar de la diferencia de edad entre Giulio y sus nuevos colegas, su resistencia a lo nuevo y su resistencia a dejarse llevar, Sossai evita la tentación de sermonear. “Ovviamente”, se aprenden lecciones, pero no todos los encuentros necesitan una conclusión, y el cine puede albergar secretos que solo sus personajes escuchan (véase también Lost in Translation). Así son estas noches interminables y brumosas en las que, cuando ocurre algo importante, resulta difícil decir qué fue, incluso cuando, inevitablemente, todos terminan —por desgracia— recuperando la sobriedad. Pero no pasa nada, porque si hace falta, lo único que hay que hacer es regresar al bar y asentir con la cabeza mientras los habituales dicen: “No tenemos ni puta idea, pero lo sabemos todo”.
Le città di pianura ha sido producida por la italiana Vivo Film y RAI Cinema, y la alemana Maze Pictures. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de Lucky Number.
(Traducción del inglés)
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