Crítica: Don't Call Me Mama
por Martin Kudláč
- En su primer largometraje, Nina Knag explora los límites del deseo y la asimetría en las relaciones de poder a través de una historia de amor prohibido

La ópera prima de la directora noruega Nina Knag, Don't Call Me Mama [+lee también:
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ficha de la película], que ha tenido su estreno mundial en la competición por el Globo de Cristal en el Festival de Karlovy Vary, explora la erosión gradual de los límites personales y de género. Don't Call Me Mama examina la frágil interacción entre poder, deseo y vulnerabilidad en un análisis íntimo del personaje de una mujer de mediana edad, cuyo despertar sexual a través de una relación con un joven refugiado expone, de forma paulatina, las líneas divisorias entre los impulsos personales y los roles institucionales.
En el centro de la historia se encuentra Eva (Pia Tjelta), una mujer de cuarenta años, profesora de literatura y esposa del alcalde local, Jostein (Kristoffer Joner), que entabla una relación inesperada con Amir (Tarek Zayat), un refugiado de 18 años con talento para la poesía que acaba de llegar a la ciudad. Inicialmente concebida como una historia de desarraigo emocional dentro del matrimonio estancado de Eva y Jostein, la narración acaba girando en torno a una relación discretamente trazada y moralmente ambivalente, que desafía las nociones tradicionales de género sobre el deseo y la agencia. El guion, coescrito por Knag y Kathrine Valen Zeiner, expone las complejas dinámicas de poder en juego, aunque Don't Call Me Mama no es una Lolita a la inversa.
El debut de Knag se desarrolla mediante un equilibrado cambio de género y tono, comenzando como un drama conyugal contenido antes de transformarse en una historia de amor prohibido entre la mujer y el refugiado. Lo que en un principio parece un relato de despertar emocional y sexual va adquiriendo progresivamente los contornos de un drama psicológico, a medida que la proyección del deseo y las necesidades insatisfechas de Eva se adentran en el terreno de la obsesión y el autoengaño. A medida que la aventura se desmorona por diferentes razones, la película se convierte en un thriller social de cámara que, no obstante, evita el melodrama, marcado por la creciente paranoia de Eva y un riesgo personal cada vez mayor. Las consecuencias de la relación, que amenazan tanto su posición social como el estatus de asilo de Amir, se reflejan con creciente tensión, subrayando las implicaciones políticas y personales de una relación que traspasa fronteras generacionales, institucionales y culturales.
Rodada por Alvilde Horjen Naterstad, la dirección de fotografía adopta un registro visual naturalista, favoreciendo los encuadres cerrados y la iluminación tenue para reflejar el estado emocional cada vez más claustrofóbico de Eva. La cámara permanece estrechamente alineada con su perspectiva, reforzando la intimidad del relato mientras evita una estilización excesiva. Las composiciones estáticas se emplean para aislar a los personajes dentro de espacios domésticos e institucionales, reflejando la tensión latente entre el deseo personal y las convenciones sociales.
Eva emerge como una protagonista moralmente ambivalente en una interpretación de Tjelta que equilibra la contención con la intensidad emocional, captando la transformación gradual del personaje en una antiheroína. Se la presenta como una figura digna de compasión y simpatía: una mujer madura, cuyos hijos han abandonado el hogar, a la deriva en un matrimonio sin sexo, cuya búsqueda inicial de conexión desemboca en una aventura clandestina sostenida a través del engaño. Cuando Eva descubre el interés de Amir por una compañera de su edad, la dinámica cambia de la intimidad al control, y sus acciones pasan a estar motivadas por los celos. En su acto final, la película se centra en la asimetría del poder. La historia expone el precio del deseo cuando se le niega legitimidad, situando a Eva no como una víctima de las circunstancias, sino como alguien que actúa en consecuencia, navegando el espacio entre el impulso privado y la expectativa social.
Don't Call Me Mama es una producción de la noruega The Global Ensemble Drama, coproducida por Screen Story. REinvent Studios se encarga de las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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