LOCARNO 2025 Cineastas del presente
Crítica: Blue Heron
por Savina Petkova
- Los lazos familiares y los recuerdos fragmentados dan forma al impresionante y emocionalmente elocuente primer largometraje de la canadohúngara Sophy Romvari

Algunas películas resultan más fáciles de creer que los recuerdos, y Blue Heron es una de ellas. Con su primer largometraje, que muchos esperaban con impaciencia, Sophy Romvari se mantiene fiel a la tendencia investigadora de sus cortometrajes Nine Behind, Remembrance of József Romvári y Still Processing, que, de una forma u otra, profundizan en el pasado de su familia. Con Blue Heron, que acaba de estrenarse en la sección Cineastas del presente del Festival de Locarno, la directora de origen canadiense y húngaro amplía el campo de su búsqueda de nuevas expresiones cinematográficas de la memoria y el duelo, así como de su reapropiación, al introducir al espectador en una familia húngara de seis miembros que comienza una nueva vida en la isla de Vancouver.
Gracias al meticuloso pero no invasivo trabajo de la diseñadora de producción Victoria Furuya, la película nos transporta a un hogar de los años noventa que inmediatamente parece auténtico, casi desde el momento en que el padre (Ádám Tompa) y su hijo mayor Jeremy (Edik Beddoes) trasladan el colchón individual con estampado floral a la habitación del sótano de este último. Sasha (Eylul Guven), la más pequeña, es la más sensible a los estados de ánimo y a los cambios, y aunque la película no se apoya en planos convencionales ni en encuadres al uso, la directora de fotografía Maya Bankovic observa con igual atención la tensión latente en torno al comportamiento errático y a menudo desafiante de Jeremy. Dicho esto, la cinta tiene la delicadeza de integrar una serie de escenas que, a través de pequeños fragmentos de conversaciones o pequeños sucesos, muestran lo mucho que el hermano mayor quiere a sus hermanos pequeños, pero también sus arrebatos de ira. La salud mental del adolescente resulta ser uno de los principales temas de preocupación de Blue Heron, y se aborda a través de los tímidos intentos de Sasha por descifrar los signos de angustia y depresión que muestra Jeremy.
Incluso aquellos que no estén familiarizados con la obra de Romvari reconocerán en esta película una vitalidad y una ternura que indican que nos encontramos ante algo que proviene de la experiencia vivida, pero el adjetivo ”personal” parece un poco insulso para describir Blue Heron, ya que se trata realmente de una película única en su género. Las escenas bañadas por la luz de las tardes de verano tienen tal textura (entre las interpretaciones en una mezcla de húngaro e inglés, los encuadres que dan la impresión de que la casa no tiene paredes y los primeros planos muy cerrados sobre los intercambios de miradas) que nos hacen pensar que provienen de recuerdos particularmente nítidos. Quizás sea así, porque en la segunda parte de la película, Sasha (Amy Zimmer), ya mayor, se ha convertido en cineasta y trabaja en un proyecto que acaba llevando al espectador de vuelta a la casa familiar. La precisión con la que se hace todo esto es realmente notable, y es que, mediante un sutil cambio de perspectiva que conecta el pasado y el presente, Romvari alinea fragmentos de un recuerdo para que tengan sentido. Sin embargo, lo que hace que la poesía de Blue Heron sea tan profundamente conmovedora es la forma en que la película deja que la figura de Sasha comprenda por sí misma lo que necesita (como hija, hermana y cineasta) y haga exactamente lo que tiene que hacer. Es muy bonito encontrarse con una mezcla tan precisa de las intenciones del personaje y la libertad de explorar, y todo ello en un primer largometraje emocionalmente elocuente y dirigido con gran seguridad.
Blue Heron ha sido producida por la canadiense Nine Behind, en coproducción con la húngara Boddah. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de la española MoreThan Films.
(Traducción del inglés)
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