Crítica: Lost Land
por David Katz
- VENECIA 2025: El poderoso segundo largometraje del director japonés Akio Fujimoto sigue a dos niños rohinyá que intentan huir de Bangladesh para llegar a Malasia

Es bien sabido que el pueblo rohinyá, originario de Birmania, es uno de los más perseguidos del mundo, pero en realidad solo se conoce de forma bastante superficial la terrible situación en la que se encuentra esta comunidad, ya que nunca se les da visibilidad ni se explica su situación con detalle. Lost Land [+lee también:
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ficha de la película], de Akio Fujimoto, es el primer largometraje rodado íntegramente en rohinyá. La película, realizada en colaboración con más de 200 personas pertenecientes a esta comunidad, trasciende el relativo artificio de este método de producción para convertirse en un poderoso relato del desplazamiento y los continuos abusos que sufre este pueblo. Dado que el propio Fujimoto es japonés, su película es también una coproducción poco común, fruto de un rodaje internacional como pocos en el cine japonés. La película ha tenido una gran acogida en su estreno mundial, que ha tenido lugar esta semana en la sección Orizzonti del Festival de Venecia.
Tras lo que se conoce como el genocidio de los rohinyá, perpetrado por las fuerzas armadas birmanas desde 2017, casi la mitad de la comunidad ha huido a Bangladesh. Es allí donde Fujimoto tomó la acertada decisión de comenzar su guion. El objetivo de Somira (Shomira Rias Uddin Muhammad), de nueve años, y Shafi (Shofik Rias Uddin), de cuatro, es dirigirse hacia el este, hasta Malasia, un país mayoritariamente musulmán donde su tío ya se ha instalado y donde podrán encontrar estabilidad y seguridad. Así, se embarcan en un viaje agotador, primero en compañía de su padre y luego solos. La familia constituye el núcleo del largometraje (es el tema central de muchas películas de ficción recientes que se inspiran en el cine de realidad, como Yo capitán [+lee también:
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ficha de la película]), pero aunque Fujimoto haya elegido como protagonistas a unos niños extremadamente entrañables —y a veces francamente adorables—, la película no es precisamente una historia edulcorada sobre el “triunfo de la determinación humana”. La omnipresencia en los medios de comunicación de historias como la que se cuenta en Lost Land no hace sino subrayar aún más la crisis de los refugiados y los problemas derivados del desplazamiento forzoso como la principal vergüenza moral de nuestro tiempo.
Mientras los días pasan en la pantalla (anunciados antes de cada nuevo capítulo con una mención que imita la escritura de un niño, comenzando por el “día 1”, seguido del segundo, tras lo cual se avanza más rápido a base de saltar días), los jóvenes protagonistas viajan en condiciones precarias, por tierra y mar, de un país a otro del sur de Asia. Las pocas pinceladas que se nos dan sobre el contexto geopolítico provienen de los adultos que los acompañan —ya sea de forma voluntaria o accidental—, pero el director filma cada nuevo obstáculo que se presenta de forma práctica y observacional. Lo primero que llama la atención es la extrema vulnerabilidad de los hermanos, y luego la inteligencia y el ingenio que son capaces de desplegar cuando su situación se vuelve desesperada. Los momentos más aterradores se producen en el segundo acto, en Tailandia, donde tienen la mala suerte de encontrarse con traficantes de seres humanos que disfrutan cruelmente viendo a sus víctimas en las jaulas de bambú en las que las transportan. Destacar la espiritualidad de los personajes rohinyá, independientemente de que sean jóvenes o mayores, constituye también una excelente elección por parte del autor: la escena en la que Somira y Shafi imitan el sujud (acto de postración) de su padre, hacia el final de la película, subraya con gran acierto, teniendo en cuenta la actualidad, el hecho de que las poblaciones civiles musulmanas son a menudo las que el resto del mundo tiende a sacrificar fácilmente.
Hay que destacar la contribución del director de fotografía Yoshio Kitagawa al éxito de Lost Land. Tras haber plasmado magníficamente el mundo natural en la discretamente alucinante El mal no existe, de Ryusuke Hamaguchi, utiliza en esta película la movilidad de la cámara y el grano cuidadosamente elegido para la imagen con el fin de engañar ligeramente al espectador, haciéndole creer que la película se ha rodado en 16 mm, cuando en realidad la fotografía es digital (de lo contrario, ¿cómo podrían los exteriores nocturnos tener un aspecto tan bonito?). De hecho, aunque el público pueda mostrarse reacio a ver una película más sobre un tema tan tratado, Lost Land convence por la impecable forma académica en la que narra las penurias del pueblo rohinyá, sin renunciar por ello al lirismo de esta historia sobre dos jóvenes almas en busca de la salvación.
Lost Land es una producción de Japón, Francia, Malasia y Alemania, de la que se han encargado E.x.N K.K., Panorama Films, Elom Initiatives, Cinemata y Scarlet Visions. Las ventas internacionales de la película corren a cargo de Rediance.
(Traducción del inglés)
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