Crítica: Funeral Casino Blues
por Marta Bałaga
- VENECIA 2025: La historia de amor nocturna de Roderick Warich se desplaza entre los géneros y por todo Bangkok

La vida nocturna, las luces de neón, la gran ciudad... Los gritos de “noir” se oyen por todas partes en la elegante nueva película de Roderick Warich, Funeral Casino Blues [+lee también:
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ficha de la película], que ha sido presentada en la sección Orizzonti de la Mostra de Venecia. Los gritos no van a parar de oírse, pero hay mucho más en esta historia ambientada en Bangkok, que salta de un género a otro, escapando así de definiciones fáciles y villanos sin rostro.
Dicho esto, no se puede hablar de ella sin mencionar la historia de amor en torno a la que gira, que se desarrolla entre dos personas sin esperanza en un lugar igualmente desesperanzado. Jen (Jutamat Lamoon) intenta ganar algo de dinero extra “saliendo” con extranjeros intercambiables, hasta que Wason (Wason Dokkathum) interviene cuando una de esas relaciones se complica. Durante un tiempo se convierte en su guardaespaldas, luego en su amigo y, finalmente, en un compañero más íntimo. Tal vez mientan a todo el mundo, sobre todo a quienes siempre quieren algo de ellos, pero no cabe duda de que se tranquilizan cuando están juntos. Hablan de sus familias del campo, que les exigen demasiado, y de los errores que los persiguen en esta ciudad implacable, pero Bangkok les escucha atentamente.
Es una película oscura, incluso en este tipo de momentos, porque lo único que Jen y Wason conocen realmente es la lucha por sobrevivir. La película está dividida en capítulos, y Warich titula uno de ellos con un verso de esa canción empalagosamente dulce de los Carpenters (“Why do birds suddenly appear”), lo cual suena casi irónico. Los encuentros con hombres pueden salir mal —y a menudo lo hacen—, y los cobradores de deudas violentos no dejan de reclamar dinero. Pueden intentar huir de todo o esperar ganar la lotería, y se preguntan si “comprar primero un terreno” o viajar al extranjero, aunque Wason le tiene pánico a los aviones.
La idea de combinar distintos géneros con el slow cinema —porque Funeral Casino Blues también cambia de ritmo— no es fácil de llevar a cabo con éxito. Sin embargo, una vez que se acepta y se abraza, obliga al espectador a desacelerar, a escuchar las historias y a observar tanto a estos dos protagonistas como a algunos personajes secundarios excéntricos, entre los que destaca uno que ofrece una auténtica lección magistral sobre cómo comer patatas fritas.
El director de fotografía Roland Stuprich muestra un universo que va de lo reconocible a lo pesadillesco, con presagios inquietantes en cada esquina tras los que se esconden aún más secretos. Y lo mismo ocurre con los inquietantes mensajes de texto o las imágenes de videovigilancia que nadie se atreve a mirar. Este elegante misterio se toma su tiempo para desvelarse, pero resulta agradablemente denso —y perturbador—.
Funeral Casino Blues ha sido producida por las alemanas The Barricades y 2557-Films, y las ventas internacionales de la película corren a cargo de Pluto Film.
(Traducción del inglés)
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