Crítica: Egghead Republic
- El segundo largometraje de Pella Kågerman y Hugo Lilja es una historia distópica en un 2004 alternativo, que crea una colisión surrealista entre sátira, sordidez y ciencia ficción

Con su segundo largometraje, Egghead Republic, estrenado este año en el Festival de Toronto, los cineastas suecos Pella Kågerman y Hugo Lilja llevan su gusto por la ficción especulativa hacia un territorio anárquico completamente nuevo. Tras el viaje espacial existencial de Aniara [+lee también:
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ficha de la película] (también proyectada en Toronto en 2018), el dúo adapta la novela La república de los sabios (1957), de Arno Schmidt, y la filtra a través de la propia experiencia de Kågerman en Vice, durante el apogeo de su influencia. Proyectada en la sección Discovery del festival canadiense, esta atrevida mezcla de sátira del periodismo gonzo, excesos hipster y ciencia ficción distópica es tan estimulante como desquiciada.
La película se desarrolla en un 2004 alternativo, donde la Guerra Fría nunca se enfrió y una bomba nuclear cayó sobre el Kazajistán soviético. Sonja Schmidt (Ella Rae Rappaport) es una aspirante a periodista ingenua y soñadora que acepta trabajar como becaria no remunerada para el Kalamazoo Herald, un periódico propiedad de Dino Davis (interpretado por el canadiense Tyler Labine), un magnate de los medios de comunicación fanfarrón que encarna todo lo monstruoso y ridículo del empresario contracultural. Davis bebe regularmente litros de vodka, esnifa cocaína a puñados y grita a todo lo que se mueve, experimentando cambios de humor salvajes que oscilan entre la megalomanía y la desesperación. Es un completo idiota, pero resulta terriblemente reconocible.
Juntos, Sonja, Dino y los operadores de cámara Gemma (Emma Creed) y Turan (Arvina Kananian) se unen a una expedición militar a una base soviético-estadounidense que limita con un páramo kazajo radiactivo. Circulan rumores sobre criaturas mutantes (como centauros irradiados), y Dino ve una oportunidad de convertir el peligro en espectáculo. Cuando el equipo se separa de sus escoltas y se adentra más profundamente en la zona, la película se convierte en un delirio surrealista.
Los cineastas incorporan texturas VHS, éxitos de principios de los 2000 (incluyendo Banquet, de Bloc Party) y un granulado lo-fi, creando una distopía que evoca tanto el fin del mundo como un documental de Vice. Esta elección estética potencia el humor grotesco, haciendo que cada escena parezca una retransmisión distorsionada filtrada desde una línea temporal paralela.
Rappaport ancla la película con su interpretación de Sonja, tan simpática como trágicamente crédula: una joven convencida de que soportar la humillación es el precio a pagar por triunfar en este mundo. Frente a ella, Labine destaca con una interpretación desquiciada, canalizando a partes iguales la idiotez y la arrogancia de Dino. Sus interacciones marcan el ritmo de la película: Sonja se aferra a sus esperanzas mientras Dino se hunde en una espiral de autoparodia, arrastrándola consigo.
A nivel narrativo, Egghead Republic avanza a una velocidad vertiginosa. La historia prospera gracias al misterio, los giros inesperados y los extravagantes cambios tonales, pasando de lo macabro a lo surrealista en un instante. La imprevisibilidad mantiene al público en vilo, mientras que la negativa de los cineastas a controlar el caos no hace más que reforzar la crítica de la película a una cultura mediática adicta a los extremos. Mientras tanto, la sátira es mordaz, pero nunca clara: Kågerman y Lilja prefieren regodearse en el absurdo, obligando a los espectadores a cribar el caos en busca de significado.
A veces, la película pasa de la genialidad a la pura locura. Su humor es burdo y sus desvíos surrealistas resultan excesivos. Sin embargo, eso es precisamente lo que la hace inolvidable. Egghead Republic es una película de extremos: divertidísima y espeluznante, incisiva e idiota, a la vez inspirada y demencial. Es el tipo de anomalía cinematográfica que algunos descartarán como un disparate, mientras que otros la aclamarán como una propuesta visionaria. Una cosa está clara: olvidarla no es una opción.
Egghead Republic es una producción de las suecas YouSavedMe, el Swedish Film Institute, Film Stockholm, NonStop Entertainment, Gotlands Filmfond, Film i Dalarna y Pie in the Sky Productions. Best Friend Forever gestiona las ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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