Crítica: Las corrientes
por Olivia Popp
- Milagros Mumenthaler compone un sinfónico tercer largometraje alrededor de la salud mental y la maternidad, que sigue contigo una vez finalizan los créditos

Lina, no Catalina: cómo incluso un cambio de nombre puede parecer transformar a una persona salta al primer plano en el absorbente tercer largometraje de Milagros Mumenthaler, Las corrientes [+lee también:
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ficha de la película], que acaba de tener su estreno mundial en la sección Platform de la 50.ª edición del Festival de Toronto y pronto viajará a la Sección Oficial de San Sebastián. La guionista y directora suizo-argentina ya se ha hecho un nombre con filmes de similar cripticismo estilístico: su ópera prima, Abrir puertas y ventanas [+lee también:
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ficha de la película], se alzó con el Leopardo de Oro en Locarno en 2011, y su segundo largometraje La idea de un lago [+lee también:
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ficha de la película] también compitió en el festival suizo.
En los primeros minutos de la película, algo impulsa a Lina (Isabel Aimé González Sola, que interpreta con convicción la quietud emocional del personaje; sentimos como si miráramos dentro de su alma), diseñadora de moda y estilista de 34 años, a lanzarse a las heladas aguas de un lago suizo tras recibir un prestigioso premio. Al volver a su casa en Buenos Aires, actúa como si nada hubiera pasado ante su marido demasiado perfecto, Pedro (Esteban Bigliardi), y su hija pequeña, Sofía (Emma Fayo Duarte), pero en secreto ha desarrollado un miedo paralizante al agua.
Más que un retrato de la depresión o de la apatía inducida, Las corrientes nunca sobreexplica el estado mental de Lina, exigiendo que recompongamos su rompecabezas emocional, del mismo modo que debe hacerlo su protagonista. Acude a una vieja amiga, Amalia (Jazmín Carballo), dueña de un salón, para un tratamiento capilar ante su incapacidad para ducharse debido a su fobia al agua, removiendo por el camino traumas enterrados que quedan burbujeando, en hervor pleno pero sin llegar a estallar.
Hay algo desajustado en este mundo que solo Lina ve, oye y siente, y en varios momentos cruciales salta a un espacio que se percibe como una realidad intensificada; véase, por ejemplo, una secuencia imaginada que involucra a su asistente Julia (Ernestina Gatti) y un plano peculiar e inquietante de niños vestidos de manera uniforme. Este mundo levemente distorsionado se articula con gran cuidado mediante múltiples decisiones de diseño, especialmente en el sonido, donde ruidos de fondo aparentemente amortiguados se abren paso y resultan deliberadamente estridentes. Mumenthaler recurre además a los leitmotiv atmosféricos de maderas y al violín anhelante de Venus de Gustav Holst, de su amplia suite orquestal Los planetas, para agitar una y otra vez una sensación de desasosiego que persigue a Lina dondequiera que vaya.
La voluntad de la directora de subrayar, de forma inesperada, cómo se manifiesta el trauma generacional acaba erigiéndose en el hilo temático más sólido de Las corrientes, al examinar la relación de Lina tanto con su hija como con su madre. Mumenthaler evita las manidas narrativas de violencia emocional y las sustituye por un arsenal de incertidumbres emocionales, que se manifiestan en la incapacidad de Lina para compartir abiertamente o clarificar de verdad lo que su zambullida helada sacó a la superficie. Asimismo, Las corrientes inocula en la mente del espectador un malestar omnipresente e inasible que permanece, silencioso pero inamovible, después de los compases finales del filme, a modo de recordatorio.
Las corrientes es una producción suizo-argentina de Alina Film y Ruda Cine. Luxbox gestiona sus ventas internacionales.
(Traducción del inglés)
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