SAN SEBASTIÁN 2025 Zabaltegi-Tabakalera
Crítica: Una película de miedo
por Mariana Hristova
- Sergio Oksman continúa explorando temas existenciales a partir de su propia experiencia, sin imponer su personalidad de manera narcisista

“Ni autobiográfica, ni terapéutica”, había definido el director brasileño-español Sergio Oksman su aplaudido documental anterior O futebol [+lee también:
crítica
tráiler
entrevista: Sergio Oksman
ficha de la película] en una entrevista (leer más) hace diez años, distinguiéndose de lo que él mismo llama una “epidemia”: supuestamente, la creciente tendencia de películas con historias desesperadamente centradas en los propios traumas de sus autores, como si la pantalla fuera un contenedor de residuos del alma. En la misma línea está Una película de miedo, que ha inaugurado la sección más atrevida del 73.º Festival de San Sebastián, Zabaltegi-Tabakalera; aunque vuelve a involucrar al padre de Oksman, a su hijo preadolescente y al propio director, los temas que aborda son universales, más allá de la concreción personal y cotidiana. Por ello, podría decirse que, a la vez de usar el cine como una herramienta de autoterapia, Oksman utiliza su propia vida como un material que alimenta y complementa las ideas del cine, sin imponerla en el centro de la trama.
Su reticencia a ocupar en exceso a la audiencia con su propia persona y punto de vista se refleja también en la duración: en sus modestos 72 minutos, y con una estructura concisa y dinámica, el documental logra trazar –de manera sutil pero elocuente– las inquietudes existenciales de un hombre de mediana edad en sus roles de hijo y padre. Inquietudes con las que puede identificarse un amplio abanico de espectadores, no sobrecargados con detalles innecesarios, sino recompensados por su atención con un cine en forma espléndida, donde lo efímero y lo eterno se encuentran en una síntesis exquisita.
Ambientada en el hotel abandonado Terminus de Lisboa, la cámara sigue a un padre y su hijo, quienes acceden al lugar gracias a un amigo y pasan allí unos días de verano –según su padre, el último de la infancia del joven, quien necesita avanzar con su lengua paterna, el portugués–. Pasillos vacíos, mobiliario escaso, columpios que crujen en el patio y una única habitación cerrada con llave, la número 103, en la que no se debe entrar. La referencia explícita a El resplandor de Stanley Kubrick crea una expectativa de thriller. Pero, ¿acaso los peligros y temores emergerán de donde esperamos a raíz de esta cita?
De modo delicado e integral, la narrativa fragmentada, que salta entre presente y pasado, introduce fragmentos de memoria y reflexiones personales: los padres del director emigrantes a Europa y su regreso a Brasil, el abandono de su familia por parte del padre, la ruptura de la relación durante décadas. ¿Se hereda genéticamente este patrón de abandono? Es un tema ya abordado en O futebol, pero aquí, especialmente tras la muerte del padre de Oksman, que aparece en fragmentos filmados para la obra que no pudieron terminarse antes de su fallecimiento, la atención se centra en la relación con el hijo, al borde de convertirse en adulto. Sin embargo, las preocupaciones del padre no inquietan realmente al hijo, quien ni siquiera teme a las películas de terror de la generación anterior. La experiencia de la vida, de la que tiene más por delante que detrás, le otorga valentía, y aunque abra la puerta prohibida, no encontrará nada alarmante.
Así, Una película de miedo es un fino retrato del ciclo vital abierto a través de los ojos de la generación intermedia, cargada con el peso del pasado y la responsabilidad del futuro; logrado mediante una labor poética de cámara y montaje, que despliega capas de observación, contemplación, percepciones de la vida y su invariable ausencia de certeza.
Una película de miedo está producida por Dok Films (España) en coproducción con Ferdydurke (España) y Terratreme Filmes (Portugal). Patra Spanou se ocupa de las ventas internacionales.
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