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Crítica: Skiff
- Cecilia Verheyden firma un tierno y conmovedor relato de paso a la adultez, que culmina en un acto final que permanece en el espectador gracias a su brutal honestidad

Skiff, la nueva película de Cecilia Verheyden, comienza su recorrido en un terreno con el que ya estamos familiarizados. A primera vista, su planteamiento recuerda a muchos dramas sobre el paso a la adultez: la dinámica de una familia fracturada y, sobre todo, las dificultades de la adolescencia. Sin embargo, a medida que avanza la narración, lo que empieza como un conjunto de situaciones reconocibles se transforma poco a poco en una historia de sorprendente fuerza emocional, que culmina en un acto final de dolorosa honestidad y serena elegancia. La película acaba de proyectarse en el Festival do Rio, como parte del programa Europe! Voices of Women+ in Film de la EFP.
Malou, de 15 años, interpretada con seguridad y una sensibilidad excepcional por Femke Vanhove, vive en una pequeña ciudad flamenca con su madre (Natali Broods) y sus dos hermanos, entre ellos Max (Wout Vleugels), un joven protector pero complicado. Forma parte del club de remo local y afronta como puede los retos cotidianos de la adolescencia: el compañerismo empañado por el acoso, el despertar físico y la soledad de sentirse diferente. Cuando Max presenta a su nueva novia, Nouria (Lina Miftah), Malou se ve invadida por sentimientos difíciles de expresar: deseo, celos, admiración y vergüenza se entrelazan en un torbellino que la empuja hacia una dolorosa confrontación consigo misma y con su familia.
Verheyden y su coguionista Vincent Vanneste dejan que la historia se desarrolle con una sencillez deliberada. El guion evita rodeos y tramas secundarias superfluas para centrarse únicamente en el mundo de Malou. Dicho esto, es la interpretación de Vanhove la que sostiene todo el peso de la película, puesto que su Malou no es ni una heroína idealizada ni una víctima, sino una adolescente compleja cuyas contradicciones resultan completamente verosímiles. Irradia a la vez determinación y fragilidad, oscilando entre una independencia feroz y una necesidad desesperada de consuelo. A su alrededor, el resto del reparto (en particular Broods en el papel de la madre que intenta volver al mundo de las citas) aporta un apoyo creíble y lleno de matices, aunque resulta evidente que la película gira por completo en torno a la perspectiva de Malou.
En el plano técnico, Skiff apuesta por la calidez y la moderación. El director de fotografía Jordan Vanschel utiliza luces naturales y una paleta de colores cálidos que suaviza los paisajes de la pequeña ciudad, de modo que opta por movimientos de cámara en mano y el clásico esquema de plano y contraplano. Afortunadamente, esta simplicidad nunca cae en la trivialidad televisiva, sino que, por el contrario, subraya la intimidad del universo de Malou. El montaje de Thomas Pooters confiere un ritmo preciso, sin sensación de relleno ni de tiempo perdido, mientras que la música —a veces inquietante, a veces etérea— acompaña el recorrido emocional de la protagonista con discreta exactitud.
Si bien la primera mitad de la película parece anclada en lo convencional, es en la segunda donde Skiff adquiere auténtico impulso. Verheyden modula cuidadosamente el tono y el ritmo, dejando que los silencios y las miradas hablen por sí solos. Un diálogo que tiene lugar hacia el final del largometraje (“—No quería hacerte daño.” —“Pues sí que me lo has hecho.”) cristaliza la brutal inevitabilidad de la adolescencia, una etapa en la que, sin duda, crecemos, pero a costa de muchas decepciones y rupturas. Es esta franqueza emocional, que se presenta sin adornos, la que eleva la película por encima del cliché.
Cabe destacar la valentía de Verheyden a la hora de subrayar que crecer siendo queer sigue siendo difícil incluso en Europa occidental. La película evita caer en la tentación de presentar Bélgica como un espacio seguro y acogedor en el que todo el mundo es aceptado. El miedo, la vergüenza y la vacilación de Malou reflejan la persistencia del estigma en las comunidades más pequeñas, donde la diferencia sigue siendo algo que se oculta, más que algo que se celebra. Este hilo temático aporta a Skiff una capa adicional de universalidad: tanto en 2025 como décadas atrás, exponerse ante los demás sigue siendo una tarea intimidante.
Los dos momentos finales son especialmente impactantes, tanto en lo emocional como en lo estético. Una de las escenas introduce un drástico cambio de estilo visual que subraya el tumulto interior de Malou; la otra concluye con una ternura sutil y profundamente resonante. Ambas decisiones resultan acertadas y demuestran que el enfoque contenido de Verheyden puede alcanzar una fuerza sorprendente en los momentos cruciales.
Skiff da inicialmente una impresión de familiaridad, pero poco a poco se convierte en algo excepcional, en una historia que respeta la complejidad de la adolescencia y refleja su belleza, su crueldad y su inexorabilidad con lucidez y compasión.
Skiff ha sido producida por Mirage (Bélgica) junto con Les Films du Fleuve (Bélgica), Lemming Film (Países Bajos) y Grand Slam (Suecia). Las ventas internacionales de la película corren a cargo de Outplay.
(Traducción del inglés)
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