PELÍCULAS / CRÍTICAS Francia / Bélgica
Crítica: Chien 51
por Fabien Lemercier
- La potente y frenética adaptación de Cédric Jimenez de una novela distópica de Laurent Gaudé es una convincente cinta de acción cuyo ritmo no permite matiz alguno

“El mundo está lleno de maravillas, pero nada es tan maravilloso como el propio hombre”. Esta cita del dramaturgo griego Sófocles, que aparece de manera inesperada en una secuencia del exuberante nuevo trabajo de Cédric Jimenez, Chien 51 [+lee también:
tráiler
ficha de la película], presentado fuera de competición como película de clausura de la Mostra de Venecia y estrenado en los cines franceses el 15 de octubre de la mano de StudioCanal, resume a la perfección el marco de un mundo en plena aceleración hacia la deshumanización. El largometraje, basado en la novela homónima de Laurent Gaudé —adaptada en esta película en una versión recargada de testosterona—, sitúa la acción en el año 2045.
Puestos de control dividen París en tres zonas: un territorio de miseria en el que abundan los barrios marginales y los bloques de viviendas, un sector de “normalidad” confortable y la Île Saint-Louis, reservada únicamente a los más privilegiados. Se controla a la población mediante pulseras electrónicas de identificación, enjambres de drones de vigilancia y unidades armadas patrullan desde el aire, y una inteligencia artificial llamada Alma gobierna el conjunto —llegando incluso a proponer escenarios para la resolución de crímenes—. Este régimen de seguridad tiene sus oponentes clandestinos al estilo de Anonymous, encabezados por el esquivo John Mafram (Louis Garrel), a quienes el poder establecido (representado por un ministro del Interior interpretado por Romain Duris) acusa del asesinato del creador de Alma. Salia (Adèle Exarchopoulos) y Zem (Gilles Lellouche), dos policías destinados respectivamente en las zonas 2 y 3, toman las riendas de la investigación del crimen. A base de múltiples indicios, sospechas de manipulación, persecuciones y tiroteos, Salia y Zem aprenderán a valorarse mutuamente y descubrirán, poco a poco, la magnitud de una amenaza que pone en jaque a toda la sociedad.
Chien 51 se sirve de unas cuantas anfetaminas para encadenar episodios de lo más trepidantes a toda velocidad (con una puesta en escena muy sólida y una música algo invasiva), logrando así reconstruir un paisaje urbano futurista y creíble que toma prestados discretamente algunos elementos de los clásicos del género (en concreto, Blade Runner y Minority Report). Sin embargo, aunque esta búsqueda constante de tensión y energía, cuyo componente físico encaja a la perfección con los dos protagonistas, genera un espectáculo eficaz de puro entretenimiento, el frenético ritmo del largometraje —y quizá su duración, algo densa, de una hora y cuarenta y seis minutos— le impide desarrollar a fondo sus personajes —sobre todo los secundarios— y construir una atmósfera más matizada, que podría haberlo elevado por encima de una distracción sólidamente ejecutada —casi al estilo de un videojuego— y realizada con un presupuesto de 42 millones de euros. Estos aspectos acaban por constituir un pequeño lastre que probablemente no afectará a su éxito comercial, pero que deja cierto regusto amargo, pues la intención inicial de ofrecer una versión europea de lo mejor del cine de ciencia ficción estadounidense contaba con muchos aciertos de partida que, por desgracia, van perdiendo fuerza a medida que avanza la película.
Chien 51 ha sido producida por Chi-Fou-Mi Productions y coproducida por France 2 Cinéma, StudioCanal (también se encarga de las ventas internacionales), Jim Films y la belga Artémis Productions.
(Traducción del francés)
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