Crítica: Anorgasmia
por Mariana Hristova
- El segundo largometraje del islandés Jon Einarsson Gustafsson lanza a dos almas perdidas en el vasto paisaje volcánico de la isla, esperando que eso los una

El título de Anorgasmia es engañoso: no se exploran frustraciones sexuales y, para bien o para mal, hay muy poco sexo en pantalla. De hecho, apenas hay algunas insinuaciones bastante inocentes sobre su ocurrencia o ausencia. En cambio, la película aborda el conflicto emocional de la insatisfacción (no en la cama, sino en las relaciones en general) derivado de la realidad del “amor líquido” (conceptualizado por Zygmunt Bauman) y de sus manifestaciones típicas, como los ligues instantáneos y una actitud consumista hacia el otro, en la que se ahoga el anhelo natural de una conexión humana genuina. Es como si el director Jon Einarsson Gustafsson buscara penetrar en esta falta de sensibilidad omnipresente, arraigada junto con los ideales del “amor libre” en la Generación X, madurada en los millennials y cristalizada en la Generación Z, criada en internet: una insensibilidad a menudo anclada en el miedo a la cercanía y al compromiso, y alimentada además por el entorno actual, dominado por lo digital y profundamente alienante.
En este contexto, Anorgasmia, presentada actualmente en la competición internacional de la 41.ª edición del Festival de Varsovia, se desarrolla más como un experimento social, al estilo de un reality show cargado de adrenalina: encierra a sus personajes en una isla fría en la que acurrucarse parece una buena idea. Están temporalmente aislados del resto del mundo, en un estado semejante a la codependencia y sin conexión estable a internet. Colocados en este aprieto, y perdidos en los confines de la Tierra, estos nómadas se ven obligados a hablar en persona, a huir unos de otros (y, sin embargo, a reencontrarse inevitablemente), a forjar lazos y, en última instancia, a invertir en sus emociones.
La premisa del experimento es sencilla: los viajeros Sam (Edward Hayter) y Naomi (Mathilde Warnier) se conocen por azar en un albergue de Reikiavik, hablan con honestidad (como dos desconocidos que saben que quizá no volverán a verse) y comparten una chispa inmediata de atracción. Sin embargo, ella se aparta rápidamente, quizá por su práctica, reconocida abiertamente, de hacer ghosting. Al día siguiente, entra en erupción un volcán que obliga a cerrar el aeropuerto, de modo que ambos, aparentemente a su pesar, pero entusiasmados, se embarcan en un viaje por carretera en un coche robado: Sam espera tomar las primeras fotos de la erupción y venderlas por una fortuna, mientras Naomi busca matar el tiempo hasta el inevitable regreso a una propuesta de matrimonio que duda en aceptar. Entre peripecias ligeramente dramáticas, discusiones no demasiado serias, géiseres, desconocidos e impulsos confesionales, ambos acaban rindiéndose al romance y a la tristeza que lo acompaña y los frena, pues nada los ata en la realidad más allá de este efímero momento de “supervivientes”. ¿Puede el amor prosperar de verdad en una época en la que uno puede construir cosas y luego borrarlo todo con un solo clic?
El final abierto intenta apostar por la esperanza, pero ni la aventura ligera ni los diálogos bastante superficiales nos permiten imaginar a Naomi y Sam como los nuevos Céline y Jesse de la trilogía Antes del amanecer. Lo más probable es que la naturaleza extraña de Islandia, interpretada a través de los ojos de un islandés como Jon Einarsson Gustafsson, que ha pasado años en el extranjero, captada por el director de fotografía radicado en el Reino Unido Graeme Dunn, realzada aún más por la música de Michael Brook, y explorada en la historia desde las perspectivas de los turistas, atraiga a otros turistas que sueñan con hermosos romances en estos paisajes, como en el cine.
Anorgasmia es una producción de la islandesa Artio Films, coproducida por la checa BFilm y la canadiense Great Canadian Film Factory.
(Traducción del inglés)
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