Crítica: The Shards
por Ştefan Dobroiu
- El documental muy personal de Masha Chernaya retrata Rusia como un mundo lleno de contradicciones

Presentada en la competición de cine de Europa del Este del 32.º Astra Film Festival, tras haberse estrenado mundialmente en DocLisboa el año pasado y proyectado en ZagrebDox y FIDMarseille, entre otros, el documental de la directora rusa Masha Chernaya, The Shards [+lee también:
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ficha de la película], es una obra cinematográfica apasionante. Se trata de una propuesta muy personal, ya que la directora dirige su atención sobre todo hacia sí misma y sus seres queridos, pero también revela versiones de Moscú y de Rusia que difieren bastante de lo que el gobierno del país quiere hacernos creer.
The Shards se convierte así en un espejo roto del “alma rusa”, que invita al espectador a adentrarse en un espacio dominado por un abismo entre la gente común y los dirigentes del país más grande del mundo, que se extiende a lo largo de once husos horarios. Vemos a la directora, a sus seres queridos y a otras personas conmocionadas por la noticia de la invasión rusa de Ucrania. Percibimos su miedo y su incertidumbre ante el futuro, y entendemos que no tienen nada que ver con esta guerra, que no es en absoluto la suya. Encuentran diversas formas de hacer frente a la situación: los amigos de la directora organizan clubes de lucha en los que se golpean hasta hacerse sangre u organizan fiestas en las que beben hasta olvidar.
The Shards se proyectó en la sección Both Sides of the Bloody Frontline de Astra, junto a largometrajes como Mr. Nobody Against Putin [+lee también:
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ficha de la película], de David Borenstein, Kabul, Between Prayers [+lee también:
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ficha de la película], de Aboozar Amini, y My Dear Théo [+lee también:
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ficha de la película], de Alisa Kovalenko. Al verlas juntas, comprendemos lo simplista que puede ser nuestra visión de un país determinado: Rusia es más que la obsesión de Vladímir Putin con Ucrania; Afganistán es más que las decisiones tomadas por el gobierno talibán; e Israel es más que el genocidio en Palestina. Lo que Chernaya muestra con su documental es que, detrás de cada política idiota, hay millones de personas que no la comparten.
Por lo general, los documentales se centran en la “visión global”, poniendo en primer plano, por ejemplo, a periodistas o activistas que luchan contra el régimen de un dictador. Chernaya toma la dirección opuesta, apuntando su cámara hacia compatriotas que se debaten entre el amor a su país y el desprecio por sus dirigentes. Hay innumerables escenas que muestran a gente corriente abrumada por su nueva realidad: un hombre sosteniendo una bandera rusa en medio de una multitud, por ejemplo. Es obvio que vive con una discapacidad mental, pero pronto será enviado al frente, a pesar de todo. “Una bala y estaré muerto”, se lamenta. Puede que no sea la guerra de esta gente, pero muchos de ellos han muerto luchando en ella contra su voluntad.
En una de las escenas más impactantes de la película, vemos a multitudes de personas mirando un cielo nocturno lleno de luces rojas. El estruendo que oímos evoca los sangrientos combates en el frente, pero en realidad están viendo fuegos artificiales. Mientras tanto, a solo unos cientos de kilómetros, en Ucrania, los mismos estruendos anuncian muerte, no celebración. Chernaya crea muchos otros momentos similares, en los que los fuertes contrastes recuerdan el abismo antes mencionado, como la yuxtaposición de las cúpulas doradas de las iglesias de Moscú con edificios abandonados donde duermen personas sin hogar.
En otra escena, vemos a la directora hablando con su padre, cuyas opiniones sobre la realidad rusa difieren bastante de las suyas. Mientras ella se siente expulsada de su país por la democracia que se desmorona a su alrededor, él se siente en paz con el mundo, encogiéndose de hombros ante las preocupaciones de su hija. En definitiva, la directora está allí para ser testigo, no para juzgar, pero el público percibe su impotencia y empatiza plenamente con ella.
The Shards es una producción de Independent Film Project (Georgia) y Eversince (Alemania).
(Traducción del inglés)
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