Crítica: I Swear
por Fabien Lemercier
- Kirk Jones consigue crear una película llena de humanidad y vitalidad que mezcla drama y humor sobre la extraordinaria trayectoria de un hombre con síndrome de Tourette

“Dices palabrotas, escupes e incomodas a la gente. ¿Lo has olvidado?”. Estrenada en Toronto y proyectada en la competición del 26.º Arras Film Festival, I Swear [+lee también:
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ficha de la película], de Kirk Jones (que ha sido un éxito en la taquilla británica), se adentra en el arriesgado territorio del cine sobre la discapacidad, un género donde el más mínimo traspié puede resultar artísticamente fatal, ya sea por un exceso de patetismo o por falta de credibilidad. Sin embargo, el cineasta británico no solo sortea con destreza estas trampas al construir una película conmovedora, divertida, didáctica, humanista y estimulante, sino que además arroja una luz muy intensa sobre su protagonista (inspirado directamente en John Davidson y su documental John's Not Mad) y sobre el síndrome de Tourette, cuyos síntomas (tics, exabruptos obscenos, gestos incontrolables) podrían haber resultado increíblemente difíciles de plasmar con precisión en pantalla sin caer en una caricatura potencialmente insufrible. El resultado es un auténtico tour de force, sostenido por la extraordinaria interpretación de Robert Aramayo.
“No hay nada que podamos hacer por ti. Si no lo estás fingiendo, deberías estar internado”. Nos trasladamos a 1983: estamos en Galashiels, una pequeña localidad del sur de Escocia, y para el joven John (Scott Ellis Watson), que empieza en un nuevo colegio, se despliega una auténtica pesadilla, marcada por la aparición de tics violentos, tanto motores como vocales. Marginado y objeto de burlas en el colegio, además de estar en el punto de mira del implacable director del centro, John ve evaporarse sus esperanzas de una carrera futbolística y cómo su hogar se desmorona cuando su padre se marcha, exasperado por esta situación incomprensible e imprevista.
Trece años después, nos encontramos con nuestro desdichado antihéroe (Robert Aramayo), atiborrado de antipsicóticos, a la deriva y viviendo con su madre (Shirley Henderson). Su afección ya tiene nombre: “Se llama síndrome de Tourette y no hay tratamiento”. No obstante, un amigo de la infancia (Francesco Piacentini-Smith) le presenta a su madre, Dottie (Maxine Peake), una mujer profundamente generosa que cree que solo le quedan seis meses de vida y que decide tomar a John bajo su ala. Con el tiempo, gracias a otro ángel de la guarda tolerante (Peter Mullan) que le da trabajo, y pese a los inevitables reveses provocados por su enfermedad (que desembocan en encontronazos con la policía y los tribunales), John va creciendo hasta convertirse en un referente, en cierto modo, del síndrome de Tourette, tanto para el gran público como para quienes comparten su condición.
Trazando este increíble y emblemático periplo (que le valió a Davidson una condecoración como Miembro de la Orden del Imperio Británico, entregada personalmente por la reina de Inglaterra, como se avanza en el prólogo de la película) con cariño y gran eficacia narrativa, el veterano director Kirk Jones firma un magnífico largometraje, que equilibra a la perfección los aspectos conmovedores, pero también involuntariamente cómicos, del comportamiento de John. Este enfoque directo y profundamente honesto llega al corazón del espectador y, paradójicamente, casi eleva I Swear a la categoría de feel-good movie que rinde homenaje a un hombre que logró superar las barreras del ostracismo y realizarse como individuo, con la ayuda de un puñado de almas de mente abierta.
I Swear es una producción de Tempo Productions y One Story High. Bankside Films se encarga de las ventas internacionales.
(Traducción del francés)
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