Crítica: La buena hija
por Mariana Hristova
- El segundo largometraje de Júlia de Paz Solvas es una película de iniciación en la que la madurez nace desde la vulnerabilidad

Un divorcio, un padre agresivo, una madre cansada y frustrada, una hija confundida, desgarrada entre los dos… ¿Cuántas cosas desconocidas pueden existir en una situación demasiado común? Júlia de Paz Solvas demuestra por segunda vez su talento para extraer lo singular de historias en apariencia cotidianas y banales, y para sacar a la luz una sensibilidad hacia la catástrofe silenciosa que ahonda en las heridas más de lo que parece a simple vista. Después de retratar la relación entre una madre desbordada y su hija en su debut Ama [+lee también:
tráiler
ficha de la película], la joven directora catalana explora de cerca el vínculo entre una adolescente y su padre inestable y violento, fusionándose con la mirada de la chica, en La buena hija. La madre, en esta configuración casi incestuosa, permanece durante mucho tiempo como la intrusa incomprendida y molesta, cuyas advertencias la buena hija de papá difícilmente creerá, al menos hasta que se queme por sí misma. La película acaba de estrenarse en la Competición del Festival Black Nights de Tallin.
Sin muchos preámbulos, la situación familiar queda clara desde el principio: Carmela (Kiara Arancibia) se encuentra con su padre (Julián Villagrán) en un centro de mediación social, ya que él tiene prohibido acercarse a la madre (Janet Novás), aparentemente por violencia doméstica. Para Carmela, los encuentros están muy anticipados ya que restablecen el vínculo con la mitad de su identidad, alguien querido, pero lejano y algo incomprensible. Los momentos que pasa con él fuera del centro se parecen a una relación íntima tóxica: él es extremadamente emocional y explosivo, mientras que ella es feliz, ansiosa e incluso celosa. ¿Así es como crecen las chicas que luego toda la vida se sienten atraídas por hombres carismáticos, demoníacos y agresivos, y no dejan de sufrir por ellos?
Kiara Arancibia actúa más desde la intuición que desde la razón, lo que le permite expresar lo inexpresable con la mirada, las mímicas, los gestos y el movimiento corporal. Entre ella y Julián Villagrán se percibe una química innegable, matizada por la intensidad de su aura de padre, que nunca llegó a comprender la paternidad y que recrea una palpable fatalidad entre ambos, fomentada por la inmadurez. Sintiéndose insuficiente por sí mismo y alimentándose de su hija como un vampiro, su personaje logra crear un entorno de obsesión mutua antes de desvanecerse y dejar heridas, pero también, inconscientemente, liberar espacio para que sanen. En última instancia, La buena hija retrata la crónica de una separación, pero no entre exmaridos, sino entre hija y padre; al menos cortando la relación física, permitiendo que la hija avance a su siguiente etapa. La metafísica, por buena o por mala, nunca se acaba por completo.
La buena hija es una producción de las españolas Astra Pictures y Avalon, en coproducción con la belga Krater Films. La alemana Beta Cinema se encarga de las ventas internacionales.
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