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BLACK NIGHTS 2025 Rebels with a Cause

Crítica: The Megalomaniacs

por 

- Spiros Stathoulopoulos reúne a una fiera testaruda y a un ermitaño cascarrabias en un peculiar trabajo, cuyas excentricidades opacan el resultado final

Crítica: The Megalomaniacs
Angeliki Papoulia y Jan Bijvoet en The Megalomaniacs

Se suele decir que los opuestos se atraen, mientras que las personas demasiado parecidas son como el agua y el aceite, o eso parece sugerir The Megalomaniacs, de Spiros Stathoulopoulos, presentada en la competición Rebels with a Cause del Festival Black Nights de Tallin, que obliga a unos excéntricos inadaptados, cada cual con su particular tipo de locura, a convivir bajo el mismo techo. La trama puede sonar un tanto traída por los pelos, más empeñada en presentar una idea original que en contar una historia hipnótica, pero tanto los protagonistas como sus interpretaciones resultan tan cautivadoras que el desarrollo de la acción casi pierde importancia.

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La arqueóloga marina Sofia (una Angeliki Papoulia fanáticamente ensimismada) está decidida a demostrar que las ánforas excavadas contienen sonidos antiguos y pueden funcionar como discos de vinilo. Para acercarse a su objetivo, coge su maleta, a su loro Punky y su vibrador Bluetooth, y se planta en la remota casa isleña del artesano nihilista Potter (Jan Bijvoet, cómicamente desaliñado en su furia), de quien espera que fabrique modelos de ánforas sobre los que poder probar su hipótesis, a fin de obtener permiso para probarlo en piezas reales. Potter accede a realizar el trabajo, no sin dejar de llamarla gorrona (ya que no se ha ofrecido a pagarle), burlarse de sus inclinaciones existenciales y refunfuñar acerca de sus escapadas nocturnas con el vibrador. De esta forma, entre atacarse con frases enrevesadas y citas que van de Diógenes a Nobel, y lanzarse literalmente el diccionario, el choque de sus egos se intensifica hasta el punto de una intolerancia absoluta. Sin embargo, justo cuando uno de los dos se decide a ceder, interviene la muerte, introduciendo otro giro que resulta más satírico que trágico.

El narcisismo resulta atractivo no solo por las prácticas manipuladoras con las que se le asocia, como viene insistiendo últimamente la psicología popular, sino también por el tipo singular de obsesión que implica: la inmersión en un mundo interior que hace a esa persona única y, por tanto, irresistiblemente magnética. El director nos invita a esos territorios mostrando a ambos protagonistas en íntimos momentos de soledad, cuando están divertidamente pagados de sí mismos. Sofia deambula sin la parte de abajo del pijama mientras habla por teléfono con un monje, con el vibrador zumbando en el suelo, y luego irrita al loro con un ventilador ante la frustración de que el complejo monástico del Monte Athos no haga una excepción y levante la prohibición de que, por ser mujer, pueda visitarlo con fines científicos. Con el torso desnudo en su cocina, Potter se enfunda el delantal de cocinar con un alarde ceremonial, arrebatado por su propio enfoque ritual mientras se dispone a cocinar a Punky, a quien él mismo ha matado, al compás del Réquiem de Mozart.

El propio Stathoulopoulos también se consume en la forma que da a sus ideas: vemos fragmentos de lienzos de El Bosco en las “portadas” de los cuatro capítulos de la película; referencias a la mitología griega; música clásica atronadora (todas piezas conocidas) que va de Tchaikovsky a Strauss y Rossini, y cada plano está compuesto como un cuadro a través de la imaginativa lente del director de fotografía Andrés Felipe Morales. Con un enfoque claramente autoirónico, el director pone un espejo ante el arrebato artístico, exponiendo su absurdo y admitiendo a la vez que no puede ni quiere desprenderse de él. En última instancia, es una fábula para megalómanos firmada por un megalómano, que a la vez alimenta el ego y lo priva, mientras deleita los sentidos, la mayor virtud de un arte por lo demás enteramente “inútil”, como concluyó Oscar Wilde.

The Megalomaniacs es una producción de la griega StudioBauhaus, coproducida por la chipriota Felony Film Productions y la colombiana Candelaria Cine. Las ventas internacionales corren a cargo de la británica Reason8.

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(Traducción del inglés)

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