16/05/2005

A 26 años y con su look clonado sobre Stanley Kubrick, el realizador británico Thomas Clay dio un gran golpe a la Semana de la Crítica en la que presentó ayer su primer largo The great ecstasy of Robert Carmichael. Demostrando una madurez visual notable gracias al trabajo del famoso director de la fotografía Yorgos Arvanitis, Thomas Clay, sin embargo, causó la consternación y la repulsión de una parte de los espectadores debido a la violencia gratuita y casi insoportable del final de su película. A pesar de todo, su descripción meticulosa del espiral de droga y aburrimiento que va a implicar a tres adolescentes de una pequeña ciudad costera inglesa, y en particular al introvertido Robert Carmichael, en un acto de una crueldad monstruosa, revela a un autor excepcionalmente talentuoso.

Mezclando numerosas influencias bien digeridas (Orange mécanique, Les chiens de paille, Boogie Nights e incluso Michael Haneke, Ken Loach y bien otros aún, (como Clouzot que es especialmente citado), el cineasta intenta una metáfora entre la guerra a gran escala - Segunda Guerra Mundial e Irak contemporáneo- y la violencia individual explosiva nacida de frustraciones. Un paralelo discutible que explora la frontera tenue que separa el bien del mal que funciona, sin embargo, a la perfección gracias al sentido cinematográfico de Thomas Clay que juega a maravilla sobre la dilatación del tiempo y que construye a sus personajes por pequeños toques progresivos. Un universo realista tratado con un método muy personal, con planos de mucha belleza que se acaba en un ambiente de polémica sobre la violencia aceptable en la pantalla, un debate prolongado por la proyección ayer por la noche en competición oficial del último opus de David Cronenberg, History of violence.
Producido por las sociedades británicas Boudu Films y Pull Back Camera, The great ecstasy of Robert Carmichael es vendido internacionalmente por la sociedad francesa Wild Bunch.

(Traducción del francés)