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PELÍCULAS / CRÍTICAS

La vida de los otros

por 

- La ópera prima de Florian Henckel von Donnersmarck es una merecida mirada al espionaje en la antigua Alemania del Este

Un hombre con mirada al vacío entra en un ascensor de un anónimo rascacielos del Este de Berlín en 1984. Justo antes del cierre de las puertas, rebota dentro un balón de fútbol, seguido de su joven dueño. Se cierran las puertas. El ascensor comienza a moverse. El chico levanta la vista hacia el hombre y pregunta: “¿Es cierto que trabaja para la Stasi?” El hombre responde bruscamente: “¿Quién lo dice?”, a lo que el chico contesta: “Mi padre”. Tranquilo, el hombre prosigue: “Y, ¿cómo se llama…”; a mitad de la frase. “¿Quién?”, quiere saber el chico. Algunos segundos de silencio. “¿Tu balón?” pregunta el hombre con incredulidad en su voz, como si no pudiera creer lo suficiente esas palabras que acaban de salir de su boca. “¡Está loco!” dice el chico, “los balones no tienen nombre!”

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Esta pequeña escena, de no más de dos minutos, es una primera indicación de lo que veremos aparecer en un muy respetado Capitán de la Stasi, leal defensor y profesor de espionaje estatal en Alemania del Este, varios años antes de la caída del Muro de Berlín. La vida de los otros [+lee también:
tráiler
entrevista: Florian Henckel von Donner…
entrevista: Ulrich Muehe
ficha de la película
]
, el debut del escritor y director Florian Henckel von Donnersmarck, cuenta la historia ficticia de este hombre, Hauptmann Gerd Wiesler (Ulrich Mühe). Una película que renuncia a todos los elementos pirotécnicos de los thrillers llamativos y los muy excitables misterios para algo que se mete bajo la piel. Es el tipo de drama de carácter inteligente que pasa a través del cerebro antes de alcanzar el corazón.

Wiesler es destinado –al menos parcialmente por su propia acción- a mantener, literalmente, un ojo y una oreja en el dramaturgo Georg Dreyman (Sebastian Koch, el oficial nazi en Black Book) y en su novia, la actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck, Deliciosa Martha). Sus bohemias existencias parecen, de algún modo, encajar con la línea del partido y Wiesler no puede descubrir ninguna mancha, hasta que un incidente que involucra a Jerska, el dramaturgo amigo de Dreyman (Volkmar Kleinert), cambiará tanto a Dreyman como al hombre que le sigue cada movimiento.

La belleza de la película de von Donnersmarck reside en que confía en el público para captar los pequeños cambios y motivaciones en los personajes, incluso si, aparentemente, son inexplicables. La primera vez que Wiesler se da cuenta de que ocurre algo sospechoso en la casa de Dreyman, actúa de un impulso y lo omite de su informe diario. Esta pequeña acción irá en aumento a través del resto de las vidas de todos los personajes. Es poco probable que hubiera permitido tal error si hubiese sabido las consecuencias de su decisión pero, una vez tomada, ha decidido el destino de todos los personajes para los años venideros.

La película es larga, sin embargo, el ritmo nunca decae; el guión está lleno de sutiles efectos espejo y sus temas emergen sólo gradualmente. Uno de los temas más importantes es la metáfora al actuar: Sieland y Dreyman se encangan de simular, mientras que Wiesler es el fin contrario del espectro, intenta averiguar los verdaderos sentimientos que se esconden tras las máscaras de la gente de cara al público. En un Estado-policía, cada cual es consciente de que en público es necesario un cierto nivel de actuación, aunque sólo sea para evitar llamar la atención a alguien que pudiera pedir más detalles. La película, por otra parte, es un trabajo que puede fácilmente llevar una investigación de sus personajes y móviles. De hecho, es exactamente esta densidad de contar historias llevada con tal leve elegancia lo que hace que The Lives of Others sea convincente.

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(Traducción del inglés)

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