21/05/2008

Dos hermanos y un perro juegan al pilla-pilla en el seco cauce de un río. Una mujer rubia platino pasa por la zona. Está distraída. Sus ruedas golpean algo, quizás un perro. Empieza a llover, dentro de poco el cauce estará lleno de agua.

Lucrecia Martel, una refinada y sensible directora argentina, desembarca en la competición oficial de Cannes con La mujer sin cabeza [+lee también:
crítica
tráiler
ficha de la película], su tercer trabajo tras La Ciénaga y La niña santa. La cinta, coproducida por Argentina, España, Francia e Italia, tiene un inconfundible sabor onírico. Su protagonista es María Onetto, una burguesa de 50 años, cuya hasta ese momento tranquila vida se ve conmocionada por un hecho que la lanza a una dimensión irreal. ¿Ha matado a un niño con su coche? ¿Ha ido a hacerse una radiografía? ¿Ha traicionado a su marido con su primo en un hotel? De repente, su universo se puebla de espectros y extraños señales y la realidad deja de tener la importancia que tenía antes. Quizás los espectros no sean más que el pueblo, los pobres, en torno a la burguesía y dedicados a los trabajos más humildes. Pero quizás baste teñirse el pelo de negro y los fantasmas desaparecerán, todo volverá a ser como antes.

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Martel sigue con la cámara a la protagonista, se le acerca hasta estar a pocos centímetros de ella, la analiza mientras está en su intimidad, como si esos espacios ya no fueran suyos. Un nuevo retrato de una sociedad que siente un profundo malestar consigo misma que no consigue descifrar. En La Ciénaga el refugio está en la bebida. Aquí la medicina para calmar el sentimiento de culpabilidad es la indiferencia.

(Traducción del italiano)