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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Déjame entrar

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- La película sueca de vampiros Déjame entrar es una eficaz mezcla de amor y angustia en clave adolescente

Sosegada, conmovedora y poética no son adjetivos habituales del cine de vampiros, pero no existen otros mejores para describir Déjame entrar, del sueco Tomas Alfredson. La cinta, que se basa en un exitoso libro juvenil de John Ajvide Lindqvist, narra la historia de Oskar, un niño de 12 años que sufre humillaciones en el colegio pero que recibirá una inesperada ayuda.

Alfredson (Four Shades of Brown) suele describir sus películas como livianos relatos de crecimiento con una excelente fotografía, pero la estudiada narración se adentra en ocasiones en el absurdo para volver enseguida a su amable cauce. Esta curiosa mezcla debería funcionar en los certámenes cinematográficos, aunque su duración, 114 minutos, puede suponer una desventaja para los coetáneos del protagonista Oskar.

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La impresionante secuencia inicial establece el tono del resto del metraje. La nieve cae lentamente de noche, lo que da paso a la imagen de un niño rubio y pálido, casi albino, asomado al cristal de su ventana. Toca con la mano su reflejo, que está un poco distorsionado a causa de la escarcha, mientras tararea “¡Berrea como un cerdo!”.

Es un comienzo poco usual, más incluso si tenemos en cuenta que se trata de una película para niños. Sobresale su falta de miedo al silencio y la falta de acción, lo cual puede poner nervioso al público más joven. Además, muestra el tema subyacente de la película de un modo visualmente muy creativo: aunque la narración se centre en la lucha del joven Oskar (Kåre Hedebrant) con sus propios demonios con la ayuda de un amigo que aún no conocemos, en realidad se está enfrentando a sus propias inseguridades y miedos – un elemento esencial de cualquier historia de iniciación.

A pesar de que es inteligente porque “lee” - como explica a un policía asombrado por sus conocimientos –, Oskar es humillado en el colegio por dos niños más fuertes y nunca intenta devolverles los golpes. Todo lo que desea es un amigo, de modo que cuando una niña de su edad llamada Eli (Lina Leandersson) se convierte en su vecina no ceja en su empeño de ser amigo suyo ni cuando ésta le dice que no quiere hacer amistad con nadie. Es verdad, es un poco extraña, impasible al frío y tan activa por la noche, pero también parece simpática y comprensiva y le anima a enfrentarse a los matones del colegio.

Mientras se desarrolla la relación entre los dos niños, tiene lugar una serie de asesinatos cuyo objetivo parece ser extraer la sangre de las víctimas: el asesino cuelga sus víctimas del revés, les abre en canal y recoge toda la sangre que puede. El pulso con que Alfredson maneja el tono es importantísimo en estas escenas, subrayando de modo casi documental este proceso pero sin caer en el exceso, lo que sorprendentemente consigue que el espectador acepte que estos asesinatos son parte de algo que no es más que una historia de amor pre-adolescente disfrazada de denuncia del acoso escolar con un toque sobrenatural.

La escena más conmovedora de la película comienza cuando Oskar pide salir a Eli tras haberla invitado a entrar en su casa. La secuencia tiene lugar en la cama durante la noche, pero no tiene ninguna carga sexual, sino un dulzura abrumadora que se suspende en el tiempo – otra prueba de la maestría del director a la hora de manejar el tono.

La interpretación de Hedebrant está muy lograda y la película es técnicamente prodigiosa, para empezar por la fotografía de Hoyte Van Hoytema. El montaje de Tomas Alfredson y Daniel Jonsäter funciona para un público adulto, pero puede ser excesivamente comedida por un público más joven y para quien preste poca atención. La banda sonora compuesta por Johan Söderqvist acompaña perfectamente los distintos tonos de la cinta.

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(Traducción del inglés)

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