A sus treinta y tantos años, Ana vive en un pequeño piso una relación de uña y carne con su perro, Manu, a quien incluso va a leer cuentos para niños por la noche. Tras su muerte, Ana se junta con Sofia y su familia en un intento de evitar la soledad, pero su afán por comunicar su dolor se vuelve una obsesión. Ana exigirá la aceptación y el amor que no recibe de su propia familia, ausente. Al contrario que Manu, los vecinos no necesitan su agobiante afecto de parásito...