Ningún trabajo es demasiado absurdo para Jacob: con patillas postizas y un traje brillante, canta canciones de Elvis Presley para señoras de edad que lo acompañan canturreando: no serán las olimpíadas musicales exactamente, pero necesita el dinero. Jacob tiene ahora que transportar un valioso semental hasta Noruega —en coche, porque al carnero no le gusta viajar en avión. Poco antes de salir, lo llama Julia, una amante ya olvidada, y le anuncia la llegada de May, su hija—con Jacob— de doce años. A la obstinada adolescente se le ha metido en la cabeza visitar al padre que no conoce. Así que May también va para Noruega. Un carnero que llora enojado atrás y una “cabra” arrogante en el asiento del pasajero son más de lo que Jacob puede soportar. Cuanto más al norte, más insolente se pone May y más molesto está Jacob.