Los hermanos Karin y Simon visitan a sus padres y su hermana pequeña Clara. Esa noche, otros familiares se unirán a ellos para la cena. A lo largo del día, se repara la lavadora, las personas se sientan alrededor de la mesa de la cocina, hacen un experimento con mondas de naranja, hablan de pulmones y cosen un botón que fue voluntariamente arrancado. Estas escenas familiares en un piso de Berlín, también con gato y perro, crea un asombroso mundo del día a día: ir y venir, todo tipo de actividades, con cada movimiento llevando a otro, con cada palabra desembocando en otra. Una cuidadosa reacción en cadena de acciones y frases. Y entre medias, miradas silenciosas y anécdotas sobre experiencias. La gente actúa de manera extrañamente tranquila, sus diálogos son directos y nada emotivos. Incluso las mascotas y el material que lo rodea tienen un papel. Algunos objetos parecen vivos, como por arte de magia. Las acciones y los objetos familiares parecen absurdos e inquietantes en este cosmos narrativo. Mostrar lo absurdo de la vida cotidiana y traducir eventos ordinarios en una apasionante coreografía de la rutina no es nada fácil.