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VENECIA 2017 Competición

El insulto: “¿estás hablando conmigo?”

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- VENECIA 2017: El cuarto largometraje de Ziad Doueiri brilla al mostrar la falta de derechos laborales de los refugiados en Líbano y el trauma comunitario histórico como fenómeno universal

El insulto: “¿estás hablando conmigo?”

El Líbano que nos muestra Ziad Doueiri en El insulto [+lee también:
tráiler
entrevista: Ziad Doueiri
ficha de la película
]
es un lugar rasgado por la división, a menudo por motivos religiosos: un país en crisis cuyo tono viene dado por los discursos explosivos de los líderes de la gira del partido cristiano.

Los refugiados palestinos son quienes se llevan la peor parte aquí: los 450.000 desplazados constituyen ahora el 10% de la población. Sin embargo, la tesis de El insulto es de naturaleza tan amplia que el relato podría aplicarse en cualquier lugar del mundo en que el nacionalismo esté arraigado y haya dos o más grupos de personas enfrentados, sobre todo en un mundo en plena crisis de desplazados. Líbano por sí solo da cobijo a dos millones de refugiados sirios. El “insulto” del título es un grito en mitad de este huracán emocional.

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Toni (Adel Karam), un mecánico libanés cristiano, se enfada con Yasser (Kamel El Basha), un capataz palestino que intenta arreglar la canaleta de Toni, a pesar de haberle dicho que no lo haga. En el altercado que se sigue, Toni chilla: “Qué pena que Ariel Sharon no os borrara a todos del mapa”. La respuesta es rápida: Yasser le rompe dos costillas a Toni y éste lo lleva a los tribunales. El quid del problema no es el insulto sino que ninguna de las partes está dispuesta a pedir perdón o verse equivocadas.

La primera escena en los tribunales es desternillante: los protagonistas se muestran incapaces de defenderse, para consternación del resuelto juez. Sus esposas se muestran pasmadas ante sus ridículos y, a lo largo de todo el relato, son ellas quienes proporcionan una dosis de realismo y razón cuando los hombres representan sus extravagantes papeles. Es entonces cuando la acción deja de ser tan absurda y vira hacia una estructura más clásica de drama judiciario.

Para el veredicto original, los abogados entran en lid y empiezan a hacerse cargo de los procedimientos. La influencia de Sidney Lumet y John Grisham ahoga en cierto modo estas escenas. Los abogados libran sus propias batallas domésticas y personales (por increíble que parezca, son un padre contra su hija quienes se disparan argumentos) y sus diálogos son más agudos, tienen menos matices y desbordan didactismo frente a los de los protagonistas, más directos. El debate en el juzgado apunta directamente al Líbano y al sufrimiento de su pueblo. Sin embargo, sentimos alivio cuando Doueiri nos libera del juzgado para llevarnos hasta las batallas personales de Toni, quien ha de lidiar con el nacimiento prematuro de su hijo. Doueiri quiere que tanto Toni como Yasser gocen de nuestra simpatía, de modo que es el sistema legal el que recibe toda su ira en una película que pone en dique seco a la sociedad libanesa en su conjunto. La complejidad de la cuestión palestina permite reflejar bien las grietas del asunto.

Si Doce hombres sin piedad y El veredicto tenían que ver con la búsqueda de la justicia, El insulto aborda más bien la redención. Resulta poderoso el recuento de la falta de derechos laborales de los refugiados en Líbano y el trauma comunitario histórico demuestra ser un fenómeno universal: todo pueblo tiene unos demonios propios con los que debe saldar las cuentas y ¿puede un grupo reclamar realmente el monopolio del sufrimiento? Es inevitable pensar que esas escenas en el juzgado resulten en ocasiones de lo más esclarecedoras.

El insulto es una producción de las estadounidenses Ezekiel Films y Cohen Media Group, la libanesa Douri Films, las francesas Tessalit Productions y Rouge International y la belga Scope Pictures. Indie Sales gestiona sus derechos internacionales.

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(Traducción del inglés)

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