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PELÍCULAS / CRÍTICAS

Katalin Varga

por 

- Desciende a una espiral de venganza en su debut lanzado a competición en Berlin y rodado en el Este de Europa por un conocido director británico

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, presentada en el marco de la competición del Festival de Berlín 2009, el realizador británico de origen griego Peter Strickland firma una tragedia universal sobre la venganza y el pecado que habría podido rodar, precisó el mismo realizador, en cualquier lugar, pero que eligió ambientar en “los paisajes suntuosos” de la Transilvania húngara, a dos pasos de la frontera con Rumanía.

Visualmente, la película recuerda los cuadros de la Hungría rural que había presentado Miklós Jancsó en Red Psalm, sobre todo teniendo en cuenta que se oyen cantos populares en húngaro y en rumano, bastante breves (según el ejemplo de Bresson), para no distraer al espectador de las emociones, contenidas pero fuertes, de los personajes. En cambio, para realzar la belleza de la naturaleza, el cineasta compuso una banda sonora de efectos sonoros cuidadosamente seleccionados que toman el paso sobre los diálogos, de una manera más bien parsimoniosa.

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El silencio ocupa un gran lugar en la intriga: como castigo por ocultar a su marido la proveniencia ilegitima de su hijo Urban, Katalin Varga (Hilda Péter) es desterrada de su pueblo. Se lanza entonces, acompañada de su hijo y de la gracia de Dios, a quien ruega que la ayude, en una misión de venganza contra los dos hombres que han manchado irreversiblemente su existencia: el hombre que la violó, Antal (Tibor Pálfy), y el amigo que no hizo nada para evitarlo. Cuando pide ayuda para encontrar su camino, se le desaconseja ir “allí”, ya que el camino que toma metafóricamente es el del infierno.

En efecto, el pecado de los dos hombres a quienes persigue la convierte en mentirosa y asesina. Cuando, después de haber castigado al camarada en un caos de llamas rodado por una cámara con movimientos que aturden, encuentra refugio en Antal, cuya amable esposa dice que es un hombre bueno y deplora la “maldición” que les impide tener hijos, la venganza termina por afectarlos a ambos de manera imprevista.

Ante las reacciones asombrosamente tímidas y políticamente correctas de los periodistas en la rueda de prensa de Berlin, Strickland rechazó toda separación maniquea entre los buenos y los malos. Quiso retomar de manera bastante tradicional el motivo del círculo vicioso del sufrimiento y la venganza sobre fondo de culpabilidad e injusta justicia divina. Así, la buena mujer termina por cometer un gran pecado por el cual ella también deberá pagar (no sin haber pronunciado las últimas palabras llenas de compasión por los hijos del hombre a quien mató), mientras que el violador, que tiene también una pesada cruz que llevar, parece convertido en un hombre de bien. Y es este vaivén que hace la belleza de la película, y el niño que pierde a la madre, encuentra al padre.

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(Traducción del francés)

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