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CANNES 2014 Quincena de los Realizadores

Refugiado: El amor de una madre en fuga

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- CANNES 2014: Un relato sutilmente subjetivo sobre la necesaria huida de una mujer con su hijo que, sin renunciar a su ingenuidad, comprende poco a poco la gravedad de su situación

Refugiado: El amor de una madre en fuga

Numerosos han sido los apoyos recibidos por el cuarto largometraje del argentino Diego Lerman, presentado ayer en la Croisette. Y, en efecto, no solo Refugiado [+lee también:
tráiler
ficha de la película
]
ha conseguido reunir a siete coproductores a ambos lados del Atlántico, sino que también ha llamado la atención de Édouard Waintrop, delegado general de la Quincena de los Realizadores, de manera que dos meses antes del arranque del Festival de Cannes, apenas terminada la fase de rodaje, Lerman se lanzó en una "posproducción salvaje", como él mismo ha explicado al público, para poder estar precisamente ante él anoche y presentarle una nueva mirada delicada y pudorosa sobre las relaciones humanas, más dolorosas que nunca.

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Con menos entusiasmo y más terror, la película presenta esta prisa frenética. Los dos personajes principales, Laura (Julieta Díaz), una madre embarazada de dos meses, y Matías, su hijo de ocho años de edad, emprenden en solitario al principio del film lo que se convertirá en una fuga desesperada para huir de la violencia incontrolable del padre del chico. Es verdad que en su camino se encontrarán con algunos apoyos pero igualmente cierto es que estos serán discretos y no impiden la continuación de la persecución infatigable de este hombre irrecuperable que Laura amó una vez.

En el centro para víctimas de violencia en el hogar en el que madre e hijo se encuentran al principio, donde ella sigue sintiéndose asediada, la violencia no hace más que esperar en la puerta de salida. De hecho, consigue entrar perniciosamente y deslizarse en los dibujos de los niños “prisioneros” entre estos muros grises y en los relatos monstruosos del inocente compañero de juegos de Martín. Así que Laura y su hijo vuelven a emprender su marcha en busca de un nuevo refugio, al abrigo, esta vez definitivo, del hombre violento que no deja de llamar por teléfono.

De un lugar de transición al siguiente, este silencio nos da todo el tiempo de mundo para contemplar a esta pareja íntegra, en planos completos pero pudorosos, pues la cámara se muestra respetuosa e interpone casi constantemente algo entre ella y la intimidad de los personajes (una alambrada, un cristal, un rayo de sol...). Lerman logra captar en especial el terror que permanece en los ojos de su valiente heroína cuando intenta a duras penas hacer que la situación sea tolerable para el hijo, suplantándolo en ocasiones con una dulce ternura como el seno de una madre sobre el que posar la cabeza (la feminidad es aquí protagonista; los hombres no aparecen más que tras las verjas y en puestos de vigilancia). Lerman transmite este temor constante con tal destreza al espectador que un ramo de flores que esperan a Laura en la recepción de un hotel deplorable contiene en sí mismo todo el terror del mundo.

Sin embargo, lo que la cámara del director argentino persigue con mayor atención es el recorrido interior del niño durante esta desalentadora escapada, como si él fuera el único que se percata del modo en que el niño se encierra al principio, sumergido por una serie de sentimientos contradictorios que le cuesta comprender pero que se deslizan por entre la alternancia entre la despreocupación y el juego, la cólera reprimida (pues no sabe sobre qué objeto volcarla) y la consciencia cada vez más clara de que tiene que aceptar que no es posible regresar y, por ende, el instinto de protección de su madre. Así, poco a poco, el pequeño que se orinaba en la cama y al principio preguntaba cuándo iba a ver a sus compañeros de clase acaba tomando su primera decisión, porque ya está bien, porque "ya es hora de que esto se termine". 

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(Traducción del francés)

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