Crítica: Boss
por Mariana Hristova
- El segundo largometraje del rumano Bogdan Mirica se centra en un atormentado personaje dividido entre sus secretos actos criminales y su disfuncional relación romántica

Tras jugar con las normas del western en un paisaje de Europa del Este en su exitoso debut Dogs [+lee también:
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entrevista: Bogdan Mirica
ficha de la película] (2016), que hizo aparición en la sección Un Certain Regard de Cannes, Boss, la última obra de Bogdan Mirica, ha sido presentada recientemente en la sección Romanian Days del Festival Internacional de Cine de Transilvania, desdibujando la elegancia del cine negro al colocar a un protagonista marginal en el desaliñado entorno urbano poscomunista de Bucarest. Naturalmente, los géneros clásicos del cine norteamericano difícilmente pueden parecer ellos mismos en el contexto de la Europa del Este, por lo cual, lo que parece más destacable que el argumento en Boss es el contexto local a modo de trasfondo.
Un taciturno conductor de ambulancia sin nombre (Laurentiu Banescu) participa en un robo a mano armada. En medio del barullo, atropella accidentalmente a una mujer que podría reconocerlo. Lleno de miedo y culpa, trata de ir a visitarla al hospital, lo cual le pone en peligro. Al mismo tiempo, recorre la ciudad tratando de descubrir más sobre los otros ladrones, y en última instancia, sobre el cerebro de la operación. En su día a día supuestamente “normal” aparece su preciosa novia, la joven Carla (Ioana Burgarin), en escenas de gran desentendimiento, y su padre, con el cual tiene ásperas discusiones que muestran una desaprobación mutua. Se podría decir que el final, ambiguo y onírico, es el único rayo de esperanza en la atmosfera predominantemente oscura de Boss.
La vertiente de cine negro del guion, escrito por el propio Mirica, sugiere una crítica a la realidad de la Rumanía actual: en el contexto de una ciudad visiblemente empobrecida, podríamos entender que el conductor de ambulancia se ve empujado a cometer un crimen a causa de su bajo salario y su falta general de oportunidades en un entorno de corrupción generalizada, revelada de forma sutil por ciertos detalles narrativos. Mientras que este aspecto parece estar relativamente justificado y ser relativamente interesante, el desarrollo irracional de la relación excesivamente dramática del protagonista con Carla enerva al espectador. El carácter inestable de esta, que se mueve entre femme fatale y una pobre indefensa necesitada de protección, es el culmen de las mayores fantasías de un hombre inmaduro. Esto no sería tan malo si no fuera por el tono insistentemente serio del diálogo entre ambos personajes. Intercambios poco originales en frases como “¿Por qué te sientas ahí a oscuras? – Soy un ángel de la oscuridad” podrían hacernos reír, pero las dramáticas expresiones faciales de los actores, así como las prolongadas miradas contemplativas y la exagerada banda sonora, sugieren que el elemento cómico no es parte del concepto del director, Este sentimiento se ve reforzado por la cámara dinámica del compañero de Mirica en dirección de fotografía, Andrei Butica (Dogs, Everybody in Our Family [+lee también:
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entrevista: Radu Jude
ficha de la película]), que trata de crear un sentimiento de ansiedad con ángulos acrobáticos en momentos de suspense. Sin embargo, la insuficiencia general del guion disminuye la tensión típica del género policíaco y, a pesar del edificante desenlace, la experiencia global resulta bastante tediosa, en parte también por la larga duración de la película.
Boss es una coproducción de las compañías 42 Km Film de Rumanía, Les Films Fauves de Luxemburgo, y Filmgate Films de Suecia.
(Traducción del inglés por Josué Serra)
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